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lunes, 28 de noviembre de 2016

sábado, 26 de noviembre de 2016

Vivir es amar.

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viernes, 25 de noviembre de 2016

Despertando a la felicidad


Despertando a la felicidad 1 

 


Despertando a la felicidad 2 



Despertando a la felicidad 3 



¿POR QUÉ ME HICE PRACTICISTA?




Encontré lo que siempre había buscado


José Rodríguez Peláez


Con 14 años, tuve una instructiva experiencia acerca de Dios. Nuestro profesor nos aconsejaba que fuéramos a la capilla del colegio. Para mí eso constituía casi una tortura, a pesar de saber que Dios era el Amor. Pero no soportaba estar allí ni dos minutos seguidos. Sentía algo parecido al miedo, y no sabía por qué. 

Un día, al salir del colegio, vi a un mendigo que vendía estampitas. Todas tenían tres puntitos en la frente. El vendedor afirmaba con aire misterioso: Si se concentran fijamente en los tres puntitos durante un minuto, y luego miran al cielo o a una pared en blanco, verán en grande la imagen del santo. 

Yo sabía que todo era el efecto de una ley óptica, pero así y todo le compré una estampa. Seguí las instrucciones y comprobé como se proyectaba en la pared del salón de mi casa la imagen de Teresa de Jesús. Ni me sorprendió ni me sentí protagonista de una experiencia mística porque en la clase de Física hacía ya un año que habíamos estudiado la ley en que se apoyaba ese fenómeno óptico. 

Al día siguiente acudí, según la costumbre, a la capillita del colegio. Y nada más arrodillarme recordé el experimento de la víspera. Entonces comprendí lo que me pasaba. El fenómeno óptico me aclaró el porqué de mi inquietud y de mi miedo. Aunque era un niño muy sociable también era extremadamente competitivo y egocéntrico. Mi madre me había inculcado la idea de ser el mejor en todo, el primero de la clase. Puedo decir que a quien tenía delante de mi vista las 24 horas del día era a mí mismo. Por eso al permanecer en el silencio y quietud de la capillita lo que allí se proyectaba era mi propio yo agigantado. Un yo hipercrítico con los demás, henchido de vanidad, con rencores, envidioso del triunfo de otros, temeroso de no ganar, angustiado por el mérito, lleno de temor a fracasar? Y ese ?monstruo? tan grande que me sobrecogía y me hacía sentir mal era lo que yo confundía con Dios. 

Aquella mañana mi experimento óptico resolvió la contradicción que sentía al saber que Dios era Amor y Padre, y experimentarlo de forma totalmente contraria. En adelante, puedo afirmar que ya no le tuve miedo a Dios. Desde ese día siempre que vi o sentí algo negativo, supe que eso no tenía que ver con Él. 

Desde la adolescencia soñaba con ser útil a los demás. A los 18 años pensé que puesto que la vía del servicio político estaba bloqueada por el régimen dictatorial de mi país, la mejor manera de hacer realidad mi ideal era haciéndome sacerdote jesuita. Separarme de la gente, no vivir como los demás, estar sometido a unas reglas, algunas casi medievales, no era la vida que a mí me gustaba ni la que mis amigos se figuraban apropiada para mí. Cuando di ese paso todos mis conocidos creyeron que se trataba de una de mi muchas bromas. Pero mi compromiso profundo era muy serio y largamente meditado. 

Ir a la playa sólo para mojarse los tobillos es absurdo. Hay que meterse totalmente en el agua y no poquito a poquito, sino de cabeza. Como sacerdote, traté de hacer lo mismo. Por eso elegí, dentro del campo católico donde fui criado, a la Compañía de Jesús, por entenderla como la más disciplinada y la más abierta a los avances de la teología y de la cultura. Dentro de ella intenté vivir real y radicalmente el Evangelio. No obstante, esa lucha por la perfección me frustraba con frecuencia. Reconocía mis defectos, pero también me sorprendía al sentir soberbia cuando conseguía algún éxito. 

Dediqué treinta años de mi existencia a la vida religiosa, 20 de ellos como sacerdote jesuita. Durante ese tiempo, estudié Humanidades, Sicología, Filosofía, Medios de Comunicación y Teología. Fui profesor de Filosofía, Literatura y Biología de Bachillerato, y a lo largo de los años ocupé una variedad de puestos profesionales, entre ellos, enseñé en la universidad, fui fundador y director de una emisora de radio en las Islas Canarias, colaborador de un periódico regional, y Rector del único Colegio Universitario de Málaga, España, donde formé parte de la Junta Gestora que creó dicha Universidad. 

A pesar de esa labor no me sentía feliz, aunque trataba de hacer todo lo mejor que podía y sabía. 

Como teólogo dediqué tiempo a investigar acerca de los sacramentos en profundidad. Justamente a través de ese estudio llegué a percibir que el sacerdocio-y por extensión cualquier otra función de liderazgo dentro de la comunidad-no tenía suficiente fundamento bíblico. Entendí que es en la congregación o iglesia donde reside la función y el carácter sacerdotal. Empecé a sentirme en conflicto respecto a mi rol de sacerdote. Y una vez que estuve seguro de que no era por deserción de responsabilidades o miedo a más exigencias espirituales, abandoné ese trabajo que hasta entonces había constituido mi vida. 

A continuación, me empleé como psicólogo y jefe de recursos humanos en una multinacional. Concebí mi nueva ocupación como una forma de ayudar a los empleados de la compañía. Y así fue al principio. Pero al cabo de tres años la Dirección me encargó que para reducir costos despidiera a un buen número de personas. Esa decisión me pareció muy injusta. Y después de una tremenda lucha interior al único que di de baja fue a mí mismo. Durante esa época, estudié, además, muchos tipos distintos de sistemas médicos y naturales de tratamiento e investigación. 

¿Cuál sería mi próximo paso? Una faceta de mi actividad sacerdotal que me había producido mucha insatisfacción era mi relación con los enfermos. Siempre consideré al hombre como una unidad y entendí toda enfermedad como psicosomática. Nunca acepté que fuera producto de una bacteria o un virus. Me maravillaba la relación que Jesús establecía entre enfermedad y pecado. Cuando Él restablecía la santidad acto seguido se manifestaba la salud. Por eso me habría gustado ser llamado junto al enfermo al comienzo de su dolencia para aportarle paz y potenciar su salud con la verdad evangélica. Pero en mi país se piensa que cuando el sacerdote visita al enfermo el punto final está muy próximo, y eso añade terror a la dolencia. Así que siempre llegaba como si fuera el médico forense, más para certificar un muerto que para ayudar a un vivo. Sentía que en lugar de ser un mensajero de vida, era un mensajero de muerte. Y esto me parecía una cruel contradicción. 

Por todo eso, después de dejar la compañía multinacional, trabajé como médico naturista en mi intento por continuar sirviendo a los demás. Disfruté mucho. Descubrí que el aspecto más importante del tratamiento era la interacción personal que mantenía con el paciente. Con frecuencia comentaban que aunque no habían utilizado la prescripción que les había recomendado, habían mejorado simplemente con la comunicación que habíamos mantenido. 

Mi práctica tuvo mucho éxito. Me casé y todo iba muy bien. Tenía dinero, prestigio, una casa en la ciudad y otra aislada en el campo como siempre había soñado. Aun así, aunque nunca lo confesé, sufría una profunda depresión. Si lo tenía todo, ¿cuál era la causa de mi sufrimiento? Intuí que la respuesta y la solución estaba en Dios. ¿Qué plan tenía para mí? 

Oré a Dios con el corazón para que me diera una señal acerca de lo que debía hacer. Dos días después, descubrí entre muchos avisos coloridos y de gran tamaño, uno modesto y pequeñito, pegado en la pared de una herboristería. Era una invitación a una conferencia sobre la Christian Science. 

En circunstancias normales jamás me habría fijado en un anuncio así. Por eso cuando lo leí pensé: ?Ésta debe ser la señal de Dios?. Sin decírselo a nadie acudí a la conferencia. Aunque era en castellano, me extrañó que muy pocos de los presentes hablaran mi idioma. Me senté en la primera fila para obligarme a escuchar toda la charla. Diez minutos después, reparé que yo era la única persona no Científica Cristiana y de habla hispana que quedaba en la sala de conferencias. Comprendí que esa charla era especialmente para mí. ?El conferenciante no iba a venir desde América simplemente para no hablarle a nadie?. Aunque no recuerdo nada de lo que dijo sé que me despertó un gran interés por un libro y su autora, Mary Baker Eddy. Fue suficiente. Al término de sus palabras me llevé Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras. 

Esa noche lo leí durante horas. Todo me era dulcemente familiar. Sentía que esas ideas estaban en mi corazón desde siempre. Me consolaba verlas por escrito. Comprendí que cada paso de mi vida me había guiado hacia ese momento. La depresión desapareció. Me sentí en paz con Dios, de una manera muy especial, con una cercanía jamás experimentada. Entendí que la solución a mi prometéica lucha por llegar a ser perfecto no era cuestión de voluntad propia, sino de ceder a la Verdad acerca de Dios y de mi auténtico ser. 

Era el 7 de mayo del 2000. Cerré el libro. Tenía que digerir lo leído. A finales de agosto tomaría vacaciones, y lo estudiaría con detalle. Pero no se me permitió esperar. Lo tuve que usar de inmediato. Laly, mi esposa, enfermó gravemente, y muy poco después tuvo que ser internada en un hospital. Su condición era extremadamente seria, y los médicos me dijeron que seguramente no sobreviviría. Laly y yo hablamos muy seriamente. Decidimos que lo único que podíamos hacer era poner en práctica la Christian Science. Antes habíamos hablado sobre las ideas del libro pero sin una urgencia como la que nos había sobrevenido. Ahora la decisión era vital. 

Debido a que la condición de Laly era tan grave, no se atrevían a intervenir. Le diagnosticaron cáncer de pulmón. El mal se había extendido también a los ovarios. Mientras los médicos estudiaban cómo abordar el caso, Laly dejó el hospital con su consentimiento. Entonces le pedimos a un practicista de la Christian Science que orara con nosotros. 

Los siguientes seis meses fueron tiempos de oración y estudio intensos. Aunque los síntomas persistían, los dos sentíamos que Dios estaba con nosotros. Eso nos hacía sentir felices como nunca antes. Durante esa época, yo seguía atendiendo a mis propios pacientes, pero de forma diferente. Les hablaba de la Christian Science e incluso les daba el teléfono de algún practicista. Pero la inmensa mayoría me pedía que fuera yo quien orara por ellos. Así fue como abandoné mi profesión de médico naturópata. Mi opción por ayudar a los demás no cambió; ahora tenía la mejor medicina para ser en realidad útil, la Christian Science. 

Mi esposa fue diagnosticada a finales de agosto del 2000 y para febrero del 2001 estaba completamente sana.* Los médicos no podían creerlo cuando la volvieron a examinar. Los nuevos exámenes mostraron que sus pulmones y ovarios estaban totalmente restaurados, como si nunca hubieran tenido problema alguno. El director del equipo médico declaró que era un milagro. 

Dos meses más tarde ayudé a organizar una charla sobre la Christian Science a la que asistieron 75 personas. Sesenta y ocho eran antiguos pacientes míos. Ahora son nuevos lectores de Ciencia y Salud y casi todos practican la Christian Science. 

Después me afilié junto con mi esposa a La Iglesia Madre en Boston y a una iglesia filial de nuestra zona. Hoy mi vida gira con exclusividad en torno a la Christian Science. Para mí es un deber por todo lo recibido y un derecho. Trabajo como practicista atendiendo a mis pacientes con el tratamiento espiritual descrito en Ciencia y Salud. Las demostraciones que se producen casi a diario, tales como curaciones de tumores prostáticos, asma, depresión, cáncer de pecho (todos diagnosticados médicamente), inmovilidad de miembros, artritis, adicciones, alcoholismo, impotencia masculina, solución de problemas económicos, de falta de empleo, de soledad y conflictos afectivos? alientan nuestra práctica. 

La Christian Science finalmente me ha traído no sólo la paz y la alegría que había estado buscando durante tantos años, sino sobre todo un profundo descanso a pesar del ingente trabajo. Ya no tengo que construir mi perfección y la de todos. Sólo tengo que desvelarla y gozarla. Ésta es la base de mi práctica de la Christian Science: La Christian Science es absoluta. A no ser que usted perciba cabalmente que es el hijo de Dios y por tanto es perfecto, no tiene Principio que demostrar y ninguna regla para su demostración.1 

Y eso es lo que yo siempre había buscado. 

1 The First Church of Christ, Scientist,
and Miscellany, pág. 242.



¿Qué es un practicista de la Ciencia Cristiana?




"Practicista" viene de practicar. Practicista de la Ciencia Cristiana es una persona que practica o intenta vivir las enseñanzas de Jesús de Nazaret.

Pero normalmente la palabra practicista se aplica a aquellos hombres y mujeres que dejando toda otra ocupación y remuneración económica dedican todo su tiempo a ayudar a las personas, cualquiera sea su  religión o credo, que acuden a ellos para resolver sus aparentes problemas de salud, afectivos, económicos.

Personalmente considero al "practicista" no como un terepeuta o un consejero espiritual, sino como un despertador que nos sacude del sueño hipnótico donde muchos creemos estar, y nos ayuda a situarnos en la clara y risueña mañana de la Realidad.
Estos practicistas  son más de 2000 repartidos por toda la geografía del planeta y sus señas figuran en el Christian Science Journal, revista mensual y oficial del Movimiento de la Ciencia Cristiana.
Exclusivamente por el tratamiento espiritual y sin mezclar con otros medios, los practicistas demuestran que continúan vigentes las palabras del Maestro de Galilea: Y estas señales seguirán a los que creen: "En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán".(1)
Como dice la descubridora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy "El sanar las enfermedades físicas es la mínima parte de la Ciencia Cristiana. Es sólo la llamada de clarín al pensamiento y la acción, en la esfera más alta de la bondad infinita". (2)
El tratamiento espiritual consiste en una forma de orar tal que en palabras de Mary Baker Eddy "es una fe absoluta en que todas las cosas son posibles para Dios -una comprensión espiritual en Él, un amor desinteresado". (3)
El tratamiento espiritual en nada es una técnica telepática por la que se influencia en alguien, o una clase de hipnosis que palia por un tiempo la preocupación o sumerge en un sueño evasivo. Es todo lo contrario: respeto profundo a la libertad que se nos ha otorgado y despertar a la verdadera y feliz realidad.
Estos practicistas  son más de 2000 repartidos por toda la geografía del planeta y sus señas figuran en el Christian Science Journal, revista mensual y oficial del Movimiento de la Ciencia Cristiana.
Exclusivamente por el tratamiento espiritual y sin mezclar con otros medios, los practicistas demuestran que continúan vigentes las palabras del Maestro de Galilea: Y estas señales seguirán a los que creen: "En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán".(1)
Como dice la descubridora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy "El sanar las enfermedades físicas es la mínima parte de la Ciencia Cristiana. Es sólo la llamada de clarín al pensamiento y la acción, en la esfera más alta de la bondad infinita". (2)
El tratamiento espiritual consiste en una forma de orar tal que en palabras de Mary Baker Eddy "es una fe absoluta en que todas las cosas son posibles para Dios -una comprensión espiritual en Él, un amor desinteresado". (3)
El tratamiento espiritual en nada es una técnica telepática por la que se influencia en alguien, o una clase de hipnosis que palia por un tiempo la preocupación o sumerge en un sueño evasivo. Es todo lo contrario: respeto profundo a la libertad que se nos ha otorgado y despertar a la verdadera y feliz realidad.


Estos practicistas  son más de 2000 repartidos por toda la geografía del planeta y sus señas figuran en el Christian Science Journal, revista mensual y oficial del Movimiento de la Ciencia Cristiana.

Exclusivamente por el tratamiento espiritual y sin mezclar con otros medios, los practicistas demuestran que continúan vigentes las palabras del Maestro de Galilea: Y estas señales seguirán a los que creen: "En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán".(1)

Como dice la descubridora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy "El sanar las enfermedades físicas es la mínima parte de la Ciencia Cristiana. Es sólo la llamada de clarín al pensamiento y la acción, en la esfera más alta de la bondad infinita". (2)
El tratamiento espiritual consiste en una forma de orar tal que en palabras de Mary Baker Eddy "es una fe absoluta en que todas las cosas son posibles para Dios -una comprensión espiritual en Él, un amor desinteresado". (3)
El tratamiento espiritual en nada es una técnica telepática por la que se influencia en alguien, o una clase de hipnosis que palia por un tiempo la preocupación o sumerge en un sueño evasivo. Es todo lo contrario: respeto profundo a la libertad que se nos ha otorgado y despertar a la verdadera y feliz realidad.

miércoles, 23 de noviembre de 2016

¡Aceptemos solo la Verdad!


¡Aceptemos solo la Verdad!




A diario compruebo que la existencia experimentada tan sólo es la manifestación del corriente estado de conciencia.


Hace meses me telefoneó una amiga.

-"Desde mi traumático divorcio hace veinte años no he visto a mis hijos. Ya son adultos, pero mi ex-marido, los ha separado de mí. No quieren verme. No aceptan mi invitación para reunirnos. Ni siquiera responden a mis llamadas o cartas. Desde hace cinco años, oro sin cesar pero también sin resultados. No hay cambios. No sé qué impide el bien en mi caso.
-¿Y como haces?
-Deseo que cambie mi situación actual de desamor. Me siento sola, no querida, soportando una culpa inmerecida. Estoy inmersa en una tristeza asfixiante. ¡Quiero que esto cambie! Busco una solución."
El impedimento se me resaltó con claridad.

Recordé: "Es charlatanería mental hacer de la enfermedad una realidad —considerarla como algo que se ve y se siente— y luego tratar de curarla por medio de la Mente."(1) En mi pensamiento cambié "enfermedad" por "todo lo desemejante a Dios, el Bien infinito".

-"Sólo experimentas lo que consideras qué es real. ¿Cuál crees que es tu realidad?
-La que te acabo de describir: Soledad, culpabilidad, insoportable separación, desamor. ¿Te parece poco?
-Ese es el principal error. Creer que es eso lo que te está sucediendo."

Y la cita recordada concluía: "La práctica mental que considera que la enfermedad es una realidad, fija la enfermedad en el paciente, y es posible que aparezca en forma más alarmante."(2)
-"Tú misma estás prolongando tu sufrimiento. Porque ahora y siempre estás en el infinito Amor. De nada estás separada ni nadie te margina. Dios que es la Realidad sólo conoce lo 'uno'. Incluso ignora que cosa sea la separación. Y eres inocente desde toda la eternidad, porque así lo declaró la Mente divina al verlo todo bueno. Si consigues amueblar con esto tu conciencia, estoy seguro que tu próxima llamada será muy distinta."


Y el lector ya habrá adivinado por qué hoy comparto este relato.

Hace tres días que mi amiga telefoneó de nuevo. ¿Su intención? Contarme agradecida la alegre comida que había compartido con sus hijos.

Nada había tenido que cambiar, sólo aceptar nada más que la verdad.

(1) Ciencia y Salud 395:23-25. (2) Ciencia y Salud 395: 29-32