El año pasado asistí a un concierto.
Y en él descubrí la importancia del silencio activo.
Siempre había minusvalorado a los percusionistas (los que hacen sonar los platillos y otros instrumentos).
Su intervención en mi ignorancia musical me parecía menor y ocasional.
En ese evento, de repente sentí que lo más importante para el disfrute de la armonía es que todos los interpretes estén absortos en la composición.
Sin ningún pensamiento o sentimiento ajeno que distraiga de la escucha.
Ese atender a la inspiración de Beethoven, Mozart o Albeniz... hasta hacerse uno con ella y sumando en un segundo lugar la técnica ejecutoria, es la base de todo.
Y el encargado del triángulo, los platillos, la pandereta o los cascabeles es con su prolongado silencio activo como logra subrayar la apoteosis de la obra.
Porque lo importante es hacerse uno con lo escuchado.
Y pienso que igual sucede en la oración.
miércoles, 5 de septiembre de 2018
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