En este último tiempo voy descubriendo un sanador y
eficaz ejercicio.
Nace de la experiencia que Pablo comparte en Galatas 2:20.
Y suficientemente conocida en cuanto teoría.
Se trata de reconocer que no soy yo, sino Cristo
(o la perfecta imagen de Dios) quien vive en mí.
Y así percibir también a todo el que me
encuentre o llegue a mi pensamiento en los sucesivos "ahora".
Y ver como toda situación en la
que me parezca estar es sólo la forma en que se me presenta un único hecho:
"estar
siempre moviéndonos en Dios".
De ese modo iremos comprobando como el yo
y los yoes se van difuminando.
Y en su lugar se manifiesta la amorosa y vivificante
realidad.
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