Halloween es una fiesta de importación. No pertenece a nuestra cultura.
Aunque, si lo analizamos con cuidado, toda la
humanidad la celebra, aunque no se de cuenta.
No un día cada año, sino a diario.
Porque se cree vivir donde el temor ha ocultado la
realidad que es siempre feliz. En casi todas partes se respira una sofocante atmósfera de terror.
Las calles del mundo están llenas de “máscaras”. Aunque alguien
las llame “personas” olvidándose que está diciendo lo mismo.
La palabra “persona” proviene de la máscara griega.
Un elemento que junto a los coturnos (1) siempre se
usó en el teatro heleno.
Los actores las usaban para ocultar su verdadera
individualidad, aparecer como otro u otros, y hacer audible su voz. De
ahí el nombre: per-sona (sonar a través de).
Quien así se mostraba a los demás no sólo
representaba una ficción sino que ni su rostro, ni su voz, ni su altura
se correspondían con la realidad.
Es notable que “mascara” y “persona” estén
relacionado con “teatro”, con lo que no es la vida, sino sólo una
simulación sin efecto.
Halloween es una contracción de “All hallow’s eve”,
Víspera de Todos los Santos. Festividad instituida el 13 de mayo del 609
para conmemorar la multitud de mártires cristianos de la Gran
Persecución de Diocleciano, que hacía imposible el honrarlos uno por
uno.
Un siglo más tarde, el Papa Gregorio III la cambió
al 1 de Noviembre para contrarrestar y suplantar la celebración del
Samhain o festival druida de los muertos. Estos sacerdotes, disfrazados
con cabezas de animales e iluminados con una vela que protegían dentro
de un nabo ahuecado, visitaban a sus fieles bien entrada la noche. Les
pedían alimentos y regalos en nombre de los difuntos. Y si no les
entregaban lo que exigían (treat), los amenazaban con terribles
maldiciones (trick) .
Por lo que el Halloween de hoy resulta una
superficial y grotesca caricatura de la existencia humana.
Los muertos vivientes son sólo disfraces. Las
imágenes de terror son artículos de guardarropías teatrales. Los gritos
de amenazas, voces de niños impotentes para implementarlas.
Todo ello nos descubre que lo que abruma al mundo
es como Halloween teatro y personajes sin vida ni poder. Y nunca
realidad.
Pero mejor sería celebrar la Verdad gozando la luz,
vistiéndo de blanco y cielo, en vez de negro y sangre. Dando por amor y
no chantajeados por la amenaza sin posibilidad ejecutoria.
Y puesto que el nombre de Halloween ha pervertido
su significado, yo lo cambiaría por este otro:
HOLY WINS («la santidad es
la que vence»)
(1) zapatos de plataforma exageradamente elevada
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