La Srta. Woodson fue
una de mis maestras de la Escuela Dominical.
Era muy exigente con
respecto a hacernos encontrar y memorizar las promesas de Dios en la Lección
Bíblica semanal. “Ustedes las necesitarán”, nos decía siempre. “Muchas veces se
van a encontrar en un predicamento” (una de sus palabras favoritas, que
significa “problema”).
“Pero podrán aferrarse a las promesas de Dios,
si las memorizan ahora”. Repetía esto casi todos los domingos.
Era severa; si
nosotros no habíamos hecho nuestra tarea antes de ir el domingo, nos hacía
buscar una promesa durante la clase y memorizarla allí mismo. Luego hacía que
se la repitiésemos tres veces seguidas ese día.
De modo que
tratábamos de elegir las que eran cortas y fáciles.
Todos los domingos la
Srta. Woodson nos preguntaba si durante la semana habíamos necesitado y usado
algunas de las promesas de Dios que habíamos aprendido. A veces lo habíamos
hecho y le contábamos cómo las habíamos empleado.
Como cuando me perdí
mientras visitaba a mi tía en Chicago.
No podía encontrar mi
camino de regreso a su casa porque todas las casa parecían iguales. Tenía ganas
de llorar, pero en vez de eso recordé esta promesa de la Biblia: “... yo soy tu
Dios, quien te sostiene de tu mano derecha, y te dice: No temas, yo te ayudo”.
Al principio me
parecieron simplemente un montón de palabras, pero luego recordé que la Srta.
Woodson nos había dicho que tendríamos las promesas de Dios donde y cuando las
necesitáramos. De modo que pensé con detenimiento en lo que Él me estaba
prometiendo hasta que muy pronto pude sentir el amor de Dios. Me sentí tan
segura como cuando mamá me llevaba de la mano cuando era muy pequeña. Ya no
sentí miedo.
De pronto algo me
dijo que debía dar la vuelta y caminar en la dirección contraria. No sabía por
qué, pero lo hice y muy pronto vi a una señora barriendo la entrada de su casa.
Era la Sra. McPherson, la vecina de mi tía
que vivía en la casa
de al lado, de modo que me di cuenta de que la otra
casa era la de mi
tía.
Cuando se lo conté a
la Srta. Woodson, me dijo que había sido Dios quien me había dicho que diera la
vuelta y retrocediese. Y yo había oído a Dios decirme lo que debía hacer porque
había prestado atención a Su promesa.
Ahora ya soy mayor.
Han pasado muchos años desde que tuve la tarea de buscar las promesas de Dios
en la Lección Bíblica.
Pero ¿sabes una cosa?
Todavía hoy las sigo buscando durante mi estudio diario. Y sonrío cada vez que
la promesa es alguna de las que aprendí en la clase de la Srta. Woodson
(probablemente, casi una por semana). Aun recuerdo lo que estaba haciendo en el
momento en que la estaba aprendiendo, como cuando la repetía una y otra vez
mientras saltaba a la cuerda o mientras caminaba hacia la escuela, y luego
pensaba mucho en ella (porque la Srta. Woodson también esperaba que usáramos
las promesas).
Si yo supiera donde
encontrar a la Srta. Woodson ahora, le agradecería en persona el haberme hecho
memorizar esos versículos de la Biblia. Esto es lo que le diría: “¡Gracias,
señorita Woodson! Por prepararme. Si yo le pudiese contar cuántas veces me ha
ayudado el poder recordar esos versículos de la Biblia, esta carta llenaría
cientos de revistas como ésta.
“Uno nunca deja de
necesitar las promesas de Dios. He aprendido eso. La promesa acerca de que Dios
sostiene mi mano derecha, me ha ayudado muchas veces. Por ejemplo, cuando me
fui a vivir sola a la universidad y al principio me sentía perdida. O cuando
terminé mis estudios y tuve que buscar trabajo, y cuando me casé y nos mudamos
muy lejos. “Y, señorita Woodson, ahora soy maestra de la Escuela Dominical.
Adivine lo que le hago hacer a mi clase cada semana...”
(Judith Ann Hardy. El
Heraldo de la Ciencia Cristiana, mayo de 1992)
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