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viernes, 3 de noviembre de 2017

NO HAY QUE SER SANTO


No me malentiendan. No minusvaloro la perfección.
"Sed santos como vuestro Padre es santo", (Mateo 5:48) es un imperativo mal entendido.
Porque sólo el Santo puede impartir santidad.
Nunca el que no la tiene. Y no vale añadir el "todavía". Porque si no se es santo ahora jamás lo será.
Y no estamos aquí para santificar al yo mortal.

Inútil tarea, además de imposible. Pese a los múltiples esfuerzos; vanos siempre y de contradictorios efectos.
Las consecuencias: Frustración al no lograrlo. O estúpida y confundida vanidad, al creer que se consiguió.
 Pero, acaso no nos debemos "ocupar en nuestra salvación". (Filipenses 2:12)
Por supuesto. No lo niego y sí lo afirmo.
Más describamos la tarea. Se trata de liberarnos. De desatarnos del "yo mortal".
No de hacerlo más perfecto.
Ser consciente de lo que ya somos y siempre fuimos: divina perfección manifestándose en este instante eterno.
Identificarnos y gozar en este aquí y ahora.
No esperar a un mañana hipotético. Existente nada más que en la fantasía del tiempo.
Sólo es el momento presente.
El gozo no tiene comienzo. Es uno con la conciencia de ser.
Si no experimento la felicidad ahora, es que continúo envuelto en sueños.
Y sentir el agradable calor del hogar no depende de nuestros esfuerzos por encender el fuego.
 Ni de alimentarlo con el progreso espiritual del yo.
Esa zarza que ilumina y calienta incombustible lo hace todo por sí misma. 
Para posibilitar el cálido abrazo de la hoguera sólo hay que acercarse. Volverse a lo que es real, Dios.
"Fijad la mirada en Mí y conoceréis que sois santos". (
Isaías 45:22)
Y no hay que hacer más.
Nuestro trabajo es darnos por enterados de la Verdad que nos incluye en la única Santidad y Perfección.   

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