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martes, 29 de agosto de 2017

¿CÓMO LO VOY A ENTENDER SI NADIE ME LO EXPLICA?


A veces, y para muchos siempre, la vida parece no tener sentido.
Se presenta a la experiencia como un libro de historia al que se le hubieran encuadernado sus hojas sin ninguna ordenada paginación.  Como cosidas al azar, después de recogidas del suelo, desparramadas y revueltas.
Para la mayoría es un puzzle que cansados ya no intentamos resolver. Otros hemos probado y cambiado posiciones sin acabar de dar con el hueco en que ajustarnos cómodos, sin sentir aristas ajenas ni hacer daño con las nuestras.
La vida con frecuencia se antoja un libro de lectura muy difícil. Hace falta mucha comprensión.
Y esa pesimista consideración trae a mi memoria un pasaje de los Hechos de los Apóstoles (Hechos 8:27-39).
Un funcionario de la corte de Etiopía regresa de Jerusalén leyendo a los profetas.
Un diácono (el que reparte el pan a los huérfanos y viudas que nada poseen), Felipe, se acerca y le pregunta "¿Comprendes lo que lees?"
La respuesta es tan sincera como humilde. "¿Cómo entenderé si nadie me lo explica?"
Felipe instruye al lector, y éste pide ser bautizado.
El eunuco de la reina Candaces, que esa es la condición del funcionario, ofrece un ilustrativo ejemplo.
Ser consciente de no entender lo que vemos ya es señal de sabiduría. Mucho más es sentir la necesidad de una ayuda. Y todavía más, el aceptarla cuando se nos ofrece.
Si repasamos el texto descubrimos que Dios nos coloca la ayuda adecuada siempre. Justo a nuestro costado aunque estemos atravesando el desierto. No hay que escalar un Himalaya para obtenerla.
Y todo comienza con el reconocimiento de que no entiendo lo que veo, lo que me está sucediendo.
El no conocer, convierte nuestra jornada, en un viaje por tierras áridas.
La ignorancia es oscuridad. El producto de un cúmulo de pensamientos improductivos. Incapaces todos de hacernos crecer ni siquiera un "codo"(Mateo 6:27 ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se angustie, añadir a su estatura un codo?).
La enseñanza al ser aceptada, expulsa el error. La Verdad limpia. Esa consecuencia del enseñar es el bautizar. Nunca nos purificamos. Son los pensamientos de Dios los que nos bautizan. Ellos nos lavan el polvo del desierto.
En este pasaje, la acción simbólica del bautismo, es el ceremonial que manifiesta que uno ya entiende lo que ve.
Antes de la acción ritual hay un breve diálogo de esclarecedora importancia.
"… ¿Qué impide que yo sea limpiado?"
Porque estar limpio, con el traje de bodas, es indispensable para ingresar en la comunidad de los hijos de Dios. Y según el Deuteronomio, a los eunucos les estaba vedada esa entrada.
No obstante, el constante progreso de la comprensión de la Verdad corrigió esta incomprensible limitación en el bello texto del profeta (Isaías 56:4-5 Porque el Señor dice: “Si los eunucos .cumplen mi voluntad y se mantienen firmes en mi pacto, yo les daré algo mejor que hijos e hijas; ... les daré un nombre eterno que nunca será borrado").
A lo que Felipe, responde: "Si crees de todo corazón, bien puedes".
Porque creer "de verdad" es comprender. Se acepta la enseñanza sólo cuando se conoce. El conocimiento de la Verdad, aplicado momento a momento, es el que bautiza y mantiene limpio.

Hoy necesitamos muchos Felipes que en actitud de servicio, se acerquen a los perplejos cuya existencia les resulta un rompecabezas incomprensible. En estas horas de crisis hacen falta Felipes que ofrezcan una llave que al abrir el entendimiento a las Escrituras, sirva de guía en el camino.

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