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viernes, 25 de agosto de 2017

ORAR, ES ORAR SIN MOTIVO


Todavía leo correos con “Por favor, pida por mi pierna” o “Ore para que mi hija sea admitida en tal o cual empresa”…
Peticiones semejantes  se repiten por teléfono o en persona.
A la vista de esto se podría pensar que el diario quehacer del practicista es encasar huesos dislocados, conciliar parejas desarmonizadas, conseguir fondos para pagar el alquiler de la casa, luchar con denuedo contra un cáncer maligno o enfrentarse a una situación imposible.
Sería paradójico que quien acepta la Ciencia Cristiana como su camino natural, se sienta obligado a permanecer  en un mundo ilusorio o a entrar en él, cada vez que recibe un e-mail o es contactado de alguna forma.
Nuestra ocupación central, y en muchos casos, única es orar. Pero esa actividad no nos obliga a batallar un tiempo y al siguiente también, con lo que son huellas de la nada.
Los llamados “tratamientos” no pueden dar certificado de existencia a las pretensiones mentirosas de una mente suplantadora. Tratar en metafísica es subrayar lo que sabemos, subir el volumen de la convicción ante cualquier argumento erróneo e incluso cegar con la luz de la Verdad aceptada la más mínima sombra.
Sentirse vocacionado a la práctica, no es atarse a un continuo lidiar con los errores ajenos. De hecho ninguno de ellos lograría asirse a nuestra conciencia si no le ofreciéramos un soporte. Entregarse a la práctica es más que un servicio al prójimo, una ayuda para enfocar más y más la verdadera visión de la Verdad.
No es tanto trabajar por erradicar el error del otro, como purificar la propia conciencia y experimentar la Verdad.  Es permanecer en la Mente, y en la Armonía de Su universo.
No se ora, es decir, “se escucha” a Dios por el interés de conseguir lo que alguien no tiene, sino por estar en la inseparable posesión del Todo. (Cuando se acude a un practicista no se busca la ayuda de una “persona” más fuerte para vencer a quien ataca. Solicitar su oración es sobre todo, aceptar su “atmósfera mental”.)
Orar, por tanto, no es una reacción provocada por lo que se llama error. Porque al ser éste creación de la nada, tampoco es capaz de acción.
Orar no es cambiar algo, sino afirmarse en el gozoso Todo.
Orar es el estar consciente de la grandeza del Alma. Y eso es Vivir a la vez que alabar.
Orar es sintonizar con el Amor incondicional que no actúa por interés, sino por ser siempre el Bien.
Entretenerse con rosarios de negaciones y argumentos sitúa en la dualidad del Bien contra el mal, aparta de la contemplación de la Verdad y priva del gozo continuo que constituye la Vida del Uno.
Sólo el tener por única realidad lo que la Mente conoce es lo que hace eficaz la oración.

Orar sin cesar es un hacer sin motivo. Es sólo reconocer como verdadero y actual lo que la Mente está conociendo. Es un aprender acerca de Dios. En esto reside su poder vivificante.

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