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jueves, 17 de agosto de 2017

¿PUEDEN ESTAR ALEGRES LOS PIES?


Me dices “No remonto. Me invade la tristeza”. Y me haces pensar.  “¿Cómo es eso posible, si Dios permanece en la alegría?
Y acude la reflexión: “Creernos e incluso sentirnos “distintos” a Dios es la raíz de todo pesar. Deducir que tenemos que mejorar, desatarnos del error, adquirir más conocimiento… llegar hasta Dios… Esa es la equivocación.
Es sabido, aunque no siempre practicado, que se debe partir desde la Verdad y no hacia Ella, si queremos caminar por la misma. Por senderos de error nunca se alcanzará. Y parte de esa Verdad es lo que en realidad somos.
¿Si Dios es Todo, qué somos nosotros en esa “totalidad”? Nada en cuanto “yoes”.  No existimos y nunca fuimos.
Tenemos ser, movimiento y vida sólo como expresiones de la Mente… como manifestaciones del Bien infinito. Esa es nuestra identidad.
Entonces, si Dios es alegre y lo es, necesariamente lo hemos de reflejar. Y lo hacemos, aunque los sentidos físicos no nos puedan informar de ello. Lo que no impedirá que el Todo, del que somos su huella, continúe alegre.
Hay una cita de Isaías que me complementa esa comprensión.
En un contexto de alegre despertar el profeta exclama: ¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas, del que anuncia la paz, del que trae nuevas del bien, del que publica salvación, del que dice a Sión: «¡Tu Dios reina!»!(Isaías 52:7))
El ser portador de buenas noticias convierte al emisario en un hombre alegre. Y la causa de la alegría es sólo una: “Dios gobierna”. No hay otro poder, ni amenaza, ni desarmonía.
La única fuente para el gozar es ésta: no hay otro Dios, ningún otro ser.
Eso se experimenta al ir “por los montes”. Al caminar por ellos y no por los bajíos. Al espiritualizar el pensamiento.
Entonces es todo el hombre (rostro, manos e incluso pies) el que resplandece de alegre hermosura. Porque la belleza no puede ser triste.
Aceptar el mensaje hace que todo el ser se revista de belleza y de alegría.
Pero este pasaje me descubre algo más. Aunque los pies estén empolvados y cansados, siguen formando parte inseparable (no que la hayan unido a un cuerpo) de alguien que marcha con gozo. Y pienso:
 “Al reinar la alegría en la conciencia del mensajero, hasta el cuerpo ya no siente la fatiga, sino nada más que el gozo de la noticia que se comparte”.
Y en eso descubro el antídoto de toda tristeza o decaimiento, y la clave para disfrutar de “mi alegría”.

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