Celebro la Navidad en invierno.
Y en esos días me gusta encender la chimenea de nuestra cocina y contemplar las peripecias del fuego.
Al principio sólo es una centellita de luz.
Pero conforme recibe el
soplo del aire se aviva.
La llamita tiende a lo alto y prende todas las
ramitas.
Estas fechas nos recuerdan como el Cristo llega niño rodeado de fría intemperie
y en el escenario de aparente pobreza.
Y pronto, día a día, bajo la acción del Espíritu, crecerá en gracia para
ocuparse sólo de los asuntos del Padre-Madre.
Así está ocurriendo en nosotros.
El constante soplo del Espíritu hace
crecer el Cristo que irrumpió como un vislumbre, instalándonos en la
feliz conciencia de la divina realidad.
Así, desearnos felicidad en estas fechas, es querer no dormirnos en la noche de la existencia, para descubrir gozosos
como la Verdad despliega instante a instante el regalo de la Vida.
Y Ésta es el
conocimiento de Dios y de su imagen, el hombre. (Juan 17:3)
0 comentarios:
Publicar un comentario