Subscribe:

jueves, 7 de diciembre de 2017

EL GRANITO DE TRIGO Y LA HORMIGA


Va para casi cuarenta años que mi sobrina Marta, apenas un bebé, me visitó por primera vez. Sus padres vivían en la ciudad y ella nunca había estado en el campo.
Recuerdo como ansiosa de emoción me tomó de la mano y me arrastró hasta una esquina del jardín. Entonces con unos ojos bien abiertos señaló un punto en la hierba mientras gritaba con su graciosa lengua de trapo:“¡Mira, mira!” “¡Qué bonito!”.
Su maravilloso descubrimiento era una hormiga chiquita y de negrura brillante. Yo nunca había reparado en su belleza. Hasta entonces sus diminutas compañeras sólo eran molestas visitantes de mi cocina a las que debía mantener a raya.
Era la inocencia la que enarbolaba el asombro para contemplar la creación en toda su maravilla y me recordaba la manera de mirar.
La costumbre de ver todo a la luz de un mundo gris (consecuencia de admitir la convivencia del bien y el mal), nos ha robado la capacidad de asombrarnos.
Y es con esa cualidad como mejor se puede captar la presencia de Dios en la intensa aunque breve luminosidad de los vislumbres. Esos que facilitan nuestro camino.
Hoy he tenido este recuerdo al releer “La isla misteriosa” uno de mis libros de ficción favoritos. En el capítulo 20, Julio Verne cuenta como los náufragos han encontrado un granito de trigo en el forro de un chaleco. Sin darle importancia al hallazgo, están por arrojarlo. Pero el científico Ciro Smith, el hombre que de continuo se hace preguntas, les detiene.
"…¿Sabéis cuántas espigas puede producir este grano?... Diez. ¿y sabéis cuántos granos tiene una espiga?... Ochenta por término medio. Así, si plantamos este grano, en la primera cosecha recogeremos ochocientos, los cuales en la segunda producirán seiscientos cuarenta mil y en la tercera quinientos doce millones y en la cuarta ¡más de cuatrocientos mil millones de granos!"
La lectura recuperó mi capacidad de asombro. Sobre todo al concluir el capítulo: “los náufragos siempre hubieran llegado a proporcionarse fuego, ya por un procedimiento ya por otro; pero ningún poder humano les reharía aquel grano de trigo si, por desgracia, llegase a perecer”.

Y ese pensamiento me tiene recogido todo este día en admirada gratitud. Es para quedar en asombrada adoración ante la grandeza divina que se esconde en todo. Así, el tedio es imposible, cuando se puede descubrir el poder y la belleza del Alma hasta en cada grano y en cada hormiguita.

0 comentarios: