Lo primero, encerrarse a diario en el tameión o aposento interior.
No por refugio, pues Dios es Todo y nada hay que temer.
Sin peticiones, sin preguntas...
Sólo con la intención de estar, de ser.
Quizás en un silencio largo con apariencia de interminable.
Pero sintiendo la Presencia o sabiendo que Es siempre Amando.
Aunque se demore algo por falta de costumbre.
Y así, en paciente confianza, terminar bien.
Empezar bien es terminar bien (Ciencia y Salud 262:31).
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