El sufrimiento nunca lo causa
nadie ni nada.
Porque tampoco hay hacedor autónomo
fuera de Dios.
Jamás es por no poseer ese
capricho.
Ni por no habitar aquella hermosa casa...
O por no ser comprendido por
alguien cercano...
O por sentir a ése como lejano...
O por carecer de empleo o
provisión, o por…
Todo sufrimiento es…
Sólo nostalgia
de Dios.
Y con ser consciente de su
constante Presencia y de la indisoluble unidad que somos se disolvería como la
niebla al cálido beso del Sol.
Porque el antídoto a todo dolor o
desarmonía es silenciar el “fuera”, recogerse “dentro” sin otra atención que en
el divino abrazo que siempre nos
envuelve.
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