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viernes, 1 de septiembre de 2017

EL CIELO NO TIENE REJAS


Vivimos en el campo. La casa está rodeada de naranjos. Cientos de nidos constituyen nuestro vecindario. Gozamos de la conversación directa y simple de la Naturaleza. Todo un privilegio.
Un día una amiga nos  hizo un regalo. Era un pajarito en su bonita jaula. Se llamaba Coco. Y con él llegó un pequeño problema.
Su canto, entre barrotes, lo interpretábamos como lamento. Por eso decidimos liberarlo.
Abrimos la trampilla. Y Coco retrocedió hasta el fondo de la jaulita. Allí estuvo horas. Aunque la puerta permanecía  abierta no se atrevió a franquearla.
Tuvimos que sacarlo con nuestras propias manos.  El latido de su corazoncito parecía reventar el plumaje. Lo dejamos en el luminoso patio trasero. El bello cielo  invitaba a volar alto, muy alto.  Pero Coco buscó el refugio de las rejas de un ventana. Atemorizado ignoró la estampa de fiesta que componían las flores multicolores de las macetas. Porque para él su cielo consistía en un trocito de azul limitado de rayitas.  Echaba de menos los delgados barrotes de su jaula dorada.  Y lo devolvimos a la errónea “seguridad” de su encierro. 
Más tarde lo dejamos en la poblada y alborotada pajarería de un familiar. Así, al menos, tendría la compañía de otras alas inútiles y sin sentido.

Hemos pensado mucho en Coco mientras escuchamos a los pájaros en libertad. Ha sido una rica parábola de la loca lógica del miedo. Porque el temor convierte hasta la feliz aventura de unas alas en un pesado adorno sin sentido. Pero el Amor, la única Verdad,  nos hace conscientes de nuestra auténtica identidad. Somos  los hijos de un Padre- Madre muy generoso. El  nos ha dado la inmensidad de un Cielo sin barrotes que sólo se disfruta cuando dejamos el falso sentido de limitación y confiamos en Aquel que nos ha regalado Todo.

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