Me escribiste: “¿Cómo haces para seguir confiando en la Ciencia
Cristiana cuando no ves resultados? Porque supongo que en tu vida habrás
experimentado baches de confianza. ¿Cómo se vuelve a la casa del Padre cuando
desconfías de ese Padre?”
Pienso que más de uno
ha podido pasar por una situación semejante -o puede que la esté sufriendo
ahora.
Por eso me he atrevido a copiar mi respuesta.
Confieso que nunca he desconfiado de Dios, una vez admito su existencia.
Sólo, que a veces, he dudado de la misma.
Y entonces todo el andamiaje de la existencia comenzó a
temblar con amenaza de derrumbe total.
Sí, he pasado por esos difíciles y dolorosos trances donde
todo se nubla. La larga y maravillosa historia de “demostraciones” palidece y
ya no me dice nada. La incertidumbre me ahoga. De pronto rompo a balbucear y a
llorar “a sabiendas” que si Alguien me escucha nunca se ofenderá.
Y voy entrando dentro de mí. Es como regresar “al principio
de todo” Como volver a “antes de nacer”. Y razono…, y descubro que sin el Amor
nada tiene sentido, ¡nada!
Y ¿qué hago?
Pues, desempolvo los recuerdos de tantas muestras de amor,
de presencia (la curación de mi esposa, mi sordera sanada, las recuperaciones
“milagrosas” de amigos… Y acudo a los testimonios de los Heraldos. Voy
recobrando la calma. Y examino “por qué no resultó” el método en este paciente,
en aquella amiga… Y descubro (siempre) que fue porque no se aplicó bien y por
esa razón se continuó en el sueño.
Casi siempre la mentira se instaló al implicarse el afecto
“personal”. Quedamos envueltos en ella. Y aunque se buscaron armas para
vencerla, ya estábamos vencidos de
antemano al creer en su existencia.
En Escritos Misceláneos leemos “Se supone que
habló un sentido del mal, que fue escuchado, y que luego formó un sentido malo
que cegó los ojos de la razón, disfrazó con la deformidad las glorias de la
revelación, y avergonzó a los mortales. ¿Qué
fue este sentido? El error contra la Verdad: primero, una suposición; segundo, una creencia falsa;
tercero, sufrimiento; cuarto, muerte.” (pág. 332::20-26)
Si combatimos al sueño desde el sueño, nunca salimos de
donde sólo hay dolor y muerte.
Caminamos a diario admitiendo la realidad de un cuerpo material
y nos extrañamos que sus supuestas leyes no se queden “fuera” sino que se
acomoden en nuestra conciencia.
Pero cada “derrota” me produce una catarsis de la que
aprendo más
Vivir la Ciencia Cristiana es vivir la Realidad, ser
consciente de ella lo más posible.
Pero siempre, incluso cuando sobrevenga la oscuridad de la
duda y el sufrir, mantengamos la paz. Es decir, una segura confianza. Ciega al
principio pero que se va llenando de luz conforme
avanzamos hacia la Casa del Padre. Porque sólo en su cercanía se van sintiendo las razones. Y una vez allí,
ya nada se necesita para fiarnos.
Me preguntas qué es del “derrotado”, del que permaneció en
la pesadilla.
Están donde siempre. Donde también estamos nosotros ahora.
En el abrazo del Padre-Madre. Porque nunca estuvimos ni estaremos en otra parte
llamada cuerpo o mundo
Y ¿qué decir al que sufre? Pues, lo que necesita. Un abrazo
de amor. Y no complicadas explicaciones. El cariño que nace de la Verdad y no
de la misma pena es lo que cura sin palabras. Ni con argumentos ni abrazos desde
las personalidades se disuelve la pesadilla.
Y nunca, nunca, hay que caer en la tentación de defender a
Dios. ¡No lo necesita! Sólo se trata de defendernos nosotros.
Viviendo,
comprendiendo poco a poco, en la experiencia y sin acelerones, que la felicidad
está en esa Vida y no en la que nos afanamos casi siempre.
Gracias, porque al preguntar me has hecho entrar dentro de
mí, donde Él siempre nos espera.
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