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lunes, 4 de septiembre de 2017

¿PARA QUÉ LA HUMILDAD?


En Ciencia y Salud leemos: La humildad y la caridad tienen autoridad divina. (CyS 270:25)
Frase que desde la primera vez me resultó muy familiar porque siempre pensé que el hombre sólo puede conjugar el verbo “amar” con labios humildes.
Por eso no me sorprende  que se emparejen esas dos virtudes.  [Virtud es una palabra poderosa  ya que su raíz “vis” significa fuerza, plenitud].
Muchas son las definiciones que se dan de “humildad”. A mí me resulta muy atractiva “Humildad es andar en verdad”  de la española Teresa de Ávila. 
Porque es vital pisar la realidad y no flotar en las nubes.
La humildad es reconocerse tal como uno es. Como Dios nos ve. Es inherente al ser de imagen.
Sentirse autónomo, independiente, separado de Dios, no conlleva esa condición. En esa errónea percepción alguien se puede sentir soberbio, vanidoso, o miserable e insatisfecho, pero nunca humilde.
La humildad como sólido reconocer de la obra divina, siempre está abrazando la alegre gratitud. Somos todo, porque reflejamos todo.
Ciencia y Salud le atribuye autoridad divina.  Si alguien pregunta ¿que es “autoridad”? La respuesta no se hace esperar. Es la cualidad propia del que es autor, creador o artífice. Es decir, de Dios, que es la única Causa de Todo.
Y esa capacidad o poder que pertenece en esencia a la Caridad o Amor, al Modelo,  es conferida  por fluencia a la Humildad, a la Imagen, al Hombre.
 Al caminar en la Verdad o identificarnos  nos convertimos en autores o recreadores.
Pero hay más.
Yo miro con sana envidia al Maestro en su manifestar al Cristo. El ser su más limpia transparencia hizo que su vida no fuera milagrosa sino consecuencia de su espiritualidad (Ver CyS 270:35 ).
Mary B. Eddy declaró: Jesús era hijo de una virgen. Fue designado para dar expresión a la palabra de Dios y para aparecer a los mortales en una forma de humanidad que pudieran comprender así como percibir. María le concibió espiritualmente, pues sólo la pureza podía reflejar la Verdad y el Amor, que estaban tan evidentemente encarnados en el bueno y puro Cristo Jesús. Él expresó el modelo más elevado de la divinidad… (CyS 332: 23-31)
María, la virgen, posibilitó esa elevada expresión. Y fue en su boca donde el evangelio de Lucas puso el himno de los humildes. (Lucas 1:46-55) Ella se convirtió en el paradigma de la humildad que causa y facilita la venida del Cristo con todo su poder y autoridad.
Pero hay un proceso previo. Primero una conciencia de la continua presencia de Dios y de su amor gratis: “Salve, muy agraciada! El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres”. (Lucas 1:28)
Y como consecuencia: una confianza sin límites u obstáculos a la acción del Espíritu:
He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra”. (Lucas 1:38)
No hay resistencia. Sólo un ceder a la voluntad divina.
Pero la palabra sierva me recuerda una cita más de significado revelador.  
Como los ojos de los siervos miran la mano de sus señores, y como los ojos de la sierva, la mano de su señora, así nuestros ojos miran al Señor…”(Salmo 123:2)
 En estas pocas palabras queda al descubierto la clave de la humildad, la práctica de María y Jesús.
El secreto es: Pendiente sólo de la Obra de Dios y ciego a toda ilusión, aunque se revista de agresiva evidencia.

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