Dices que no
tienes fe. Y añades que poseerla sería tu mayor anhelo.
Te he enviado
mi respuesta. Es para ti y para mí y para todos.
Porque ¿quién
no ha pensado así alguna vez?
Pensar que
se carece de algo bueno, revela la íntima creencia en un Dios tacaño
que no provee de lo necesario.
Lo que
obstaculiza el descubrir lo que en realidad tenemos.
Porque Todo
ya está en nosotros por reflejo. Jesús nos advierte: “el Reino de Dios
está dentro”.
No hay nada
fuera. Ni en el infinito existe el “fuera”.
La creencia y
sentimiento de carencia es un freno para nuestro progreso. Bloquea el
disfrute de la felicidad.
Porque nos
impide hacer uso de todo lo que se nos regaló y somos.
La Ciencia
Cristiana afirma que el hombre incluye todas las ideas perfectas de
Dios.
Entonces,
¿qué hacer?
Lo contrario.
Reconocer como patrimonio incluso lo que todavía no veo.
Eso libera
nuestro avance y posibilita los pasos siguientes a dar.
No obstante,
sería útil refinar nuestro concepto de fe. Para muchos se trata de ver
algo invisible.
Pero para mí
la fe es "aceptar una relación determinada". Es fiarme de alguien. En
este caso, de Dios.
Y ¿en qué me
apoyo para esa confianza?
En el
re-conocimiento (a algunos le gusta decir “agradecimiento) de
todo lo bueno que me ha ocurrido.
"¡Si todo
han sido problemas!" He escuchado decir muchas veces. Pero no estoy
de acuerdo.
El resultado
de los recuentos depende de la actitud con que acometemos el arqueo.
Yo he ido
aprendiendo a buscar primero las cosas buenas.
Y puede que
al principio parecen pocas y pequeñas. Y difíciles de encontrar. Pero
poco a poco, y en la constancia de la búsqueda, la montaña que se va
formando ilumina la comprensión.
Me hace
comprender que las cosas no tan buenas, regulares o malas, en realidad
eran igualmente buenas.
Sólo que las
miraba sin perspectiva, con el prejuicio apriorístico de que el Bien no
era posible...cuando en realidad ES LO ÚNICO.
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