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lunes, 17 de julio de 2017

LOS PADRES NO SE DIVORCIAN


Lo peor de un divorcio no es la ruptura de una sociedad de dos que quizás nunca fue, o la incineración de un amor, sólo  ilusión más o menos pasajera. Pienso que en muchos casos eso fue una solución inevitable.
Tampoco es lo más grave el enfrentamiento que a menudo se declara entre los que un día fueron pareja.
Lo más terrible y destructivo es la demasiado habitual estrategia de indisponer a los hijos contra el “oponente”.
Y así, la esposa cuya insensata batalla es contra el marido, se esfuerza, equivocada como madre, en borrar del corazón del hijo el calor de un padre.
O al contrario.
Lo cierto es que esta guerra siempre produce graves daños colaterales. Hay demasiados huérfanos de padre o madre que sin embargo quizás viven en el barrio de al lado. Huérfanos de un referente paterno o materno, o quizás de ambos.
Eso me trae la imagen de otro divorcio.
La de un mundo separado de Dios, nuestro verdadero y necesario Padre-Madre. Un mundo opuesto a Él, y que se empeña en desacreditarlo ante nuestros ojos, secuestrándonos en su red de mentiras
Este mundo de “teneres” más que de “seres”, al martillearnos con la inexistencia de Dios, nos convierte en huérfanos sin adecuado modelo a seguir. Esta cultura de la materia, al devaluar el Espíritu, presentándolo como no interesante o indiferente para con nosotros, nos convierte en solitarios impotentes.
Precisamente  en circunstancias tan adversas como las que parecemos soportar.
Y cuando necesitamos con urgencia de su amorosa ayuda.
Hace ya años un joven me solicitó ayuda. Estaba roto. No encontraba su identidad. Era una victima de uno de esos divorcios beligerantes. Desde la infancia se le había inculcado el odio al padre. El caso parecía difícil. Por suerte, en el trascurso de la terapia descubrí que yo había conocido a su padre, por aquel tiempo ya fallecido.  Le pude hablar de aquel hombre, sin la negra interferencia de las emociones de un “opuesto”, de un enemigo. No hice un panegírico. No canonicé a nadie. Simplemente dibujé a un hombre mutilado en su paternidad. Un ser normal que echaba de menos a su hijo.
Fue suficiente para equilibrar a ese joven. Se sintió más completo.
Hoy me gustaría hablarme y hablar a todos, bastante enfermos de orfandad, de nuestro Padre-madre. Él vive siempre y es la Vida. Y aunque se empeñen en divorciarnos de Él, nunca será posible. Porque nada ni nadie nos puede separar de su amor. (Romanos 8:38 Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, 39ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios)
Nos hace falta conocer a Aquel que el mundo donde vivimos nos está intentando robar.
Porque conocerlo nos haría sentirnos más completos.

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