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martes, 4 de julio de 2017

SOY VOSOTROS.


Nuestros ojos siempre miran hacia fuera. Cambiar su orientación es imposible.
Sólo vemos nuestro rostro cuando se refleja en un espejo. Pero si éste está empañado no nos puede entregar fiable información. Y nadie acepta como suya esa nublada imagen, inexpresiva... Hay que disipar el vaho. Y para ello no nos limpiamos la cara. Ella continua perfecta. Sólo hay que aclarar la superficie del cristal. No hay que pintar las facciones auténticas en el espejo. Sólo eliminar la húmeda neblina. Todo lo que conforma nuestra fisionomía ya está ahí.
Pero, ¿es esa la mejor forma de conocernos? Por supuesto que no. Yo no soy sólo la manifestación física. Ésta es la mínima parte. De hecho cambia continuamente. ¡Qué diferencia entre mi foto en "el jardín de infancia" y la de mi matrícula en la universidad o la que ahora figura en el pasaporte.
En realidad nuestra entidad es ser imagen del Uno, de Dios. Todo es el reflejo del Ser. La naturaleza, los vecinos, los miembros de nuestra familia...
Pero ¿cómo vernos tal como somos? Todo lo que nos rodea es nuestro espejo. Todo nos devuelve lo que nosotros creemos ser. Cuando tememos, amamos, juzgamos, valoramos o despreciamos al que tenemos enfrente, proyectamos lo que creemos ser.  Si pienso que soy justo, pero sólo contemplo injusticia, no es lo que piense de mí lo que condiciona mi existencia.
Siento la vida tal como percibo a "los otros". Por eso, aunque me considere bueno, y a veces, incluso, perfecto, casi nunca disfruto de la existencia. La neblina de la que hablaba el Génesis 2:6 enturbia mi día a día.
Pero, la creación entera, mis prójimos y los más lejanos, sólo son imágenes de lo divino, del Bien. No hay que construir con "mis" pensamientos, un mundo perfecto. Lo maravilloso ya embellece todo, el amor infinito me está abrazando...
Mi única tarea es permitir que el cálido "pensar" de Dios disuelva el encubridor vapor. Como el rayo del Sol hace con el rocío de cada noche. Se trata de abrir la puerta de nuestro reducto y que la atmósfera del Espíritu entre y borre hasta la última brizna de material opacidad.
Ahí está el secreto de la felicidad del Padre-Madre. Se conoce en su manifestación infinita, viendo todo como muy "bueno"en continua eternidad.
Cuando para mí todo vuelva a ser transparente y contemple todo y a todos como son, podré conocer en profundidad. Entonces gozaré en Verdad quien soy.   Porque yo soy lo que veo en "vosotros".

    

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