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sábado, 4 de febrero de 2017

PARA EMPEZAR BIEN (I)

 “Empezar bien es terminar bien” (Ciencia y Salud 262:31), escribe sabiamente Mary Baker Eddy. Para levantar un sólido y seguro edificio hay que empezar por un firme y bien asentado cimiento.
Recuerdo que durante mi ejercicio de la psicoterapia fueron muchos los clientes que comenzaban sus relatos con esta pregunta:
Doctor, ¿No sé por donde empezar?” 
A la que seguía invariable mi escueta respuesta.
Por el principio”. 
Pero ahora es cuando comprendo cuanta razón encerraba aquella afirmación. 
Sólo había que sustituir la minúscula y escribir: “Por el PRINCIPIO”
Hace poco escuché un testimonio que me obligó contener una carcajada. 
El narrador sólo llevaba unas semanas estudiando Ciencia Cristiana.  
Un día se encontró con un querido familiar, pálido y débil, que acompañado de su hija acudía al Hospital Universitario de la provincia. Preocupado preguntó discretamente el por qué de la consulta. 
Su pariente había sido diagnosticado de cáncer y ahora se iba a "chequear" el avance de la enfermedad. Movido a compasión oró afirmando que aquello sólo sería una neumonía. Horas después saltó de júbilo al enterarse de los resultados de la exploración. 
Para asombro de los médicos sólo era… ¡neumonía!
Cuando terminó la reunión de testimonios le apunté con cariño: “Y qué te hubiera costado afirmar que él estaba totamente sano.”
Lo que cuento no es un hecho excepcional. 
Ya que encierra un error muy frecuente en el tratamiento metafísico:
No empezar por donde hay que hacerlo, por el Principio. 
Si partimos de la mentalidad habitual, la que admite la materia, la enfermedad, el pecado y la muerte… y sólo en momentos de emergencia la niega excepcionalmente, ocurre lo que ocurre. Que el tumor sigue siendo maligno o a todo lo más se convierte en pulmonía. Desde ahí nunca se puede remontar a la Verdad, sino cambiar de mentira. 
Comenzar por la enfermedad no conduce al ámbito de lo perfecto. 
Para terminar bien hay que darle la espalda al mundo de lo irreal, que tantos experimentan como lo único real. 
Pero sobre todo hay que partir del Principio con mayúscula, empezar desde la totalidad de Dios. 
Y eso, en toda ocasión –SIEMPRE, porque la falsa mente mortal nunca puede hacer más por mucha compasión con que se la apoye. 
Desconoce la infinitud. Se mueve en lo limitado. No sabe de regalos sino de compras con regateos.
El cimiento que posibilita una vida llena de bendiciones es únicamente el INFINITO PRINCIPIO sostenedor. (Ciencia y Salud VII:1-2)
Desde aquí hay que comenzar.                       

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