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viernes, 5 de mayo de 2017

DESPERTANDO


A todos nos habrá ocurrido algo parecido.
Despertar de un sueño profundo sin saber en que lugar estamos.
¿Y que hacemos? Antes de nada, reconocer la habitación, identificar donde estamos. Sólo después nos atrevemos a actuar.
 
Esa es la lógica rutina preliminar. Y así debiéramos proceder siempre. 
 Cada amanecer exige ese trabajo. No es superfluo sino necesario para caminar orientados, en vez de perdidos, el resto de la jornada. 
 Hay que establecerse en la realidad. Y ¿cuál es ésta? El universo de Dios. El descrito en el pórtico del Génesis. La buena creación, sacada a la luz por la Palabra. 
  Cuando en el presunto Caos resuena el "Hágase..." divino, la realidad bendita aparece de inmediato. No hay que esperar. Oír la Palabra y atender a ella con exclusividad rigurosa. 
 Ese sentir en nuestra semidormida conciencia los mensajes de la Mente es lo que nos establece en la Verdad necesaria para en vez de soportar o cargar con ese nuevo día, "vivirlo". Es decir, disfrutar la Vida.
 Eso es orar. Escuchar la Palabra, los pensamientos de Dios. Y esa armonía, aparecida al descorrerse la cortina que apenumbra nuestro sueño, es el efecto consecuente de la oración.
No se trata de pedir o suplicar cualquier tipo de provisión para las horas venideras, sino descubrirlas, desde el principio, existentes en infinita abundancia en nuestro entorno.
Y no se puede esperar al mediodía para saber donde estamos. Porque entonces, en vez de estar el sol luminoso en lo más alto, lo que nos envolverá será la desorientación más total.
No es una columna de fuego lo que conduce a nuestra tierra prometida. Es el tener a Dios delante de nuestros ojos y a su Palabra en nuestros oídos. Siempre y sin excepciones.

Sólo así gozamos del Paraíso de la única Mente en nuestra conciencia.

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