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martes, 23 de mayo de 2017

SER CONSCIENTE


Me repito mucho acerca del “darme cuenta”.
Y es porque lo considero muy importante.
Me resulta imprescindible para gozar. O lo que es lo mismo, para vivir.
Ser consciente es saber. Y no necesariamente sentir con los sentidos físicos.
No es ver, oír, palpar...
Es estar convencido que todo el bien deseable está ocurriendo ahora. No hay que esperar.
Los efectos del Amor infinito son ¡ya!
La consciencia sólo tiene un objeto: la realidad.
Y la realidad es la cualidad del Ser, es decir, de Dios.
Él es lo real. Y su manifestación constituye la realidad.
La realidad es infinita, eterna y perfecta.
Lo que aparece como finito, temporal e imperfecto, defectuoso, carente… es lo irreal.
Y ser consciente de lo irreal es locura.
Ahora, "darse cuenta" es percibir a través del velo.
Como cuando cae la primera oscuridad del atardecer y ya no distingues los objetos que hace un instante estaban ahí.
No dudas de su presencia, porque nunca pudieron marcharse. Tampoco las tinieblas le pudieron apagar su ser.
Porque ni siquiera el velo es o existe. No es una manifestación del Ser. Es sólo ocultamiento de la luz.
A veces la niebla nos sorprende mientras viajamos a alguna población conocida.
Interrumpir el viaje por no divisar, el contorno de la ciudad que siempre se dibuja en el horizonte, sería nada más que un absurdo.
El que algo no sea visto o sea ignorado no es razón para negar su existencia.
Y siendo tan importante, ¿cómo ser conscientes?
Sabiendo que ya lo somos. Porque nunca deja de serlo nuestra única Mente.
No hay que construir una consciencia, sino silenciar los sentidos y discernir lo que nos traen.
Y el primer mandamiento (“no tendrás otros dioses delante de mí”) es el único y eficaz bieldo para separar lo real de lo irreal.
La aplicación del mandato divino a toda circunstancia es lo que nos despierta a la Vida, al hacernos conscientes.

La obediencia a Dios o la responsable escucha  a su Palabra es la que nos mantiene despiertos, es decir, vivos.

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