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miércoles, 10 de mayo de 2017

LOCURAS SEMEJANTES, TRATAMIENTO IDÉNTICO


Mi vecina María vive con Antonia, su anciana madre, la cual hace años fue diagnosticada como enferma de demencia senil.
María cuida a su madre con un amor paciente, sacrificado y tierno. A veces solicita mi ayuda cuando Antonia ha de hacer su paseo.
Es misión difícil conseguir  que Antonia dé un paso adelante cuando cree que se encuentra ante un escalón. Por más que se le diga que “todo está llano”, que “no hay peligro”, que “la estamos sosteniendo”, que “no permitiremos que le pase nada malo”, que “confíe en nosotros...” todo es inútil. Antonia ancla sus pies y su cuerpo se convierte en un pesado plomo imposible de levantar.
Cuando decimos: “Antonia, ¡fíate de nosotros!  ¿Cómo te vamos dejar caer?” Ella replica con una contradictoria lógica: “Yo lo sé, yo lo sé”. Sin embargo hace falta el empujón de un tanque para que avance una milésima.
Ayer calibraba la dimensión de su locura, al tiempo que intentaba convencerla para que adelantara un poco su pie.
De pronto Dios se me coló a través de esa situación. Mi conciencia se iluminó por un instante. Y ya no sentí el comportamiento de Antonia muy diferente al mío de cada día.
Ella detiene su avance, incluso retrocede a veces, a pesar de estar siempre rodeada de seres queridos, dedicados a ayudarla con cariño. Ella se encuentra apoyada en nuestros brazos ante un camino que hemos limpiado de obstáculos. Ningún peligro amenaza. Ninguna temor está justificado. Todos los mensajes son de amor y de paz. Sin embargo se ignoran desde un miedo, atento sólo a lo imaginario.
Sentí retratadas mis reacciones ante la sugestión hipnótica de muchos retos, productos de la ilusión sin excepción alguna.
En esas oportunidades, aunque no dejo de estar rodeado de Amor y me muevo siempre en su bendito Poder, el pánico me paraliza, y la preocupación con la duda me encadenan al terreno. Así se impide el desarrollo espiritual. Los mensajes de Dios suenan al oído como música extraña y ausente de lo “real”.
Lo mismo que Antonia al ver el abismo que no hay, y no abrazarse a la seguridad con su confianza, yo también me enroco en mi miedo, y me encadeno a una inquietante y dolorosa pasividad.
Eso es lo que me hace ver la solución a todos los desafíos con que la mente mortal quiere pavimentar mi camino:
 Cambiar la locura nacida de la creencia de soledad, y del no fiarme de nada ni de nadie, por esa otra benéfica actitud de CONFIAR LOCAMENTE en el AMOR.

Así la confianza sin medida superará todas las imaginarias amenazas y servirá de sólido y práctico puente para todos los falsos fosos con que el error siembra el existir.

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