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martes, 27 de junio de 2017

HACERSE EL SORDO... PARA PODER ESCUCHAR


Todos nuestros problemas están motivados por un creer en la carencia de algo. De salud, de éxito profesional, de conocimientos, de seguridad, de provisión, tiempo, de habilidades o cualidades como simpatía, belleza…
Y así, en la práctica, por muy creyentes que nos definamos, estamos declarando contra la totalidad de Dios infinito y perfecto.
Fomenta todo esto el pensar del mundo. Escucharlo a diario es mantener viva la amenaza. Las noticias y conversaciones sobre enfermedades, epidemias, crisis de familia, desgracias, accidentes, paro, hambrunas, corrupción, violencia… cercan nuestra divina inmunidad reduciéndola a una situación angustiosa.
Atender a lo que se dice, se hace y se ve en el mundo, nos recluye en un espacio limitado donde nuestra identidad como reflejo de lo infinito se experimenta ahogada.
¿Qué hacer?
Recuerdo el relato de cierta competición juvenil.
Se trataba de escalar una cima en tiempo prefijado. Era muy escarpada.
Los espectadores medían las posibilidades y no se contenían en gritar sus opiniones: “Es imposible”. “No hay tiempo suficiente”. “Es una empresa sobrehumana”…
Poco a poco, los participantes comenzaron a darles la razón al abandonar la prueba, uno tras otro.
Al final, sólo una joven coronó la cima. Cuando descendió para recibir su trofeo, los periodistas la cercaron de cuestiones.
 “¿Pensó en abandonar?”  “¿Ha sido muy duro?” “Cómo lo ha conseguido”…
Preguntas que no conseguían respuestas. Y así durante unos minutos.
Hasta que finalmente ella se llevó ambas manos a sus oídos y extrayendo unos tapones se excusó con una sonrisa: “Disculpen, pero así no les oía”.
Aquí está la clave del triunfo de la competición y de todo.
No oír, ni atender al griterío de las evidencias materiales. Ser sordo a lo de fuera, para retirado al interior, escuchar los mensajes de vida que vienen siempre de nuestra Mente.
Como aconsejaba Jesús:
 ”Pero tú, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo íntimo”.(Mateo 6:6)

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