La tentación de la serpiente fue de "hacernos como dioses". Es decir, de "vivir como Dios".
Esa sugestión sólo tiene éxito cuando no somos conscientes que ya somos la imagen de Dios y que nuestra vida es Dios mismo. Porque no se trata de "vivir como Dios", sino que es El quien vive en nosotros.
Pero el mundo está cegado por la ignorancia. Y busca saciar su inmensa y divina capacidad de ser feliz.
Una empresa fracasada que hace filosofar a muchos acerca del sentido de este existir.
Porque ni el alcanzar riquezas, ni el placer sensorial, ni el triunfo social ni el profesional llena una vez que se obtiene. Ni el poseer belleza ni salud... Tampoco el poder... Ni siquiera el conocimiento espiritual... Nada da sentido a la vida.
Sólo hay algo que llena, y elimina para siempre la etiqueta de "absurda" con que muchos califican la existencia.
Y es el amar, el hacer felices a todos los que nos encontramos por el camino. Eso es lo que justifica "estar aquí". Y lo hace ampliamente. Es el secreto: considerar al otro de "muy importante", digno de todo sacrificio y esfuerzo. Saber que dibujarle una sonrisa en su alma es todavía mucho más que coronar un Everet o recibir el premio Nobel.
¿Y por qué? Porque así lo he experimentado las veces que lo conseguí.
Y sobre todo porque es el trabajo de Dios. Es lo que Dios hace siempre.
Es reflejar a Dios, y por tanto "vivir como Dios".
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