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sábado, 15 de abril de 2017

BUSQUEMOS EN LA VIDA


En otra Pascua mi reflexión acabó  titulada “¿Quién nos removerá la piedra?".
Y hoy, el calendario me trae de nuevo, parecidos pensamientos  sobre  la ineficacia de  la preocupación. Aunque para muchos parece imposible liberarse de su tortura.
Siempre repite su presencia cuando aceptamos  como real  la apariencia de un problema.
 Las ojos de las buenas mujeres certificaron la clausura del sepulcro con el rodar de la  roca.
Y ahora un doloroso interrogante acompaña todas sus acciones.  Preparan  diligentes los aceites y perfumes mortuorios. Madrugan, pasada la obligación del descanso sabático. Se apresuran, noche aún,  por un camino carente de luz. Pero siempre con la temerosa pregunta:
¿Cómo retirar la piedra? Ellas solas no suman la fuerza suficiente. “¿Qué hacer?” Se repiten una y otra vez, como auténticas imágenes de la duda y la ansiedad.
Su pena es inconsolable. La muerte del Maestro ha enterrado sus esperanzas… en una sepultura más difícil de abrir.
Me identifico con esa comitiva femenina. La experiencia de tantos días oscuros me lo facilita. También yo he sufrido confusos torbellinos de pensamientos en torno de “algo” sin vida o realidad.  
Y todo, ¿por qué?
Por poner a un lado la Verdad ya declarada. “Destruid este templo y yo lo reconstruiré en el tercer día” (Juan 2:19). Que yo me traduzco: “Creéis que es posible acabar con lo real. Pero  yo en el día de la luz os lo descubriré intacto”.
Los problemas pertenecen al ejercicio de  las Matemáticas, pero no son propios de la Vida. Aparecen como fantasmas cuando velamos la Verdad.  Cuando buscamos vida en la muerte (Lucas 24:5)
Huérfanos de la Palabra al ignorarla,  los sentidos físicos se convierten en la práctica en guía y conciencia exclusiva. Entonces  el horizonte se cubre de pruebas y  se  diseñan  estrategias  tan difíciles como inútiles.  Surge la preocupación que es miedo maquillado. Y el temor que es negar a Dios. Sólo la resignación actúa de bálsamo como una anestesia que nos adormece.
Pero todo se esfuma sin dejar huella  si nos aferramos a  la Buena Noticia:
“Sólo es el Bien infinito”.
Así no habría noche ni angustias, ni preguntarnos más  “cómo entrar en los sepulcros”   para “mejorar” un cuerpo mortal. Porque vivificar la muerte es imposible.
Sobra preguntarse por la piedra, por los obstáculos. Dejemos de buscar en los sepulcros.

 Porque nada puede encerrar  la Vida. Nada puede impedirla.  Ella es Todo y en Ella nunca hay muerte. 

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