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jueves, 20 de abril de 2017

LIMPIADOR DE NUBES


-Soy inventor. Previamente me había dicho su nombre y apellido.
El tren inició su viaje de Málaga hasta Madrid y el inventor me confió su secreto.
-He construido un limpiador de nubes. Afean muchoo el cielo. Así siempre habrá más claridad. Los americanos me lo quieren comprar. Me han hecho una oferta y por eso voy a Madrid, para hablar con el embajador. Pero, por favor, todavía no se lo diga a nadie.
La razón de mi espontáneo confidente era la que no parecía muy despejada.
Hasta que me apeé en Córdoba no cesó de fabular acerca de inventos que le habían robado algunos eminentes premios Nobel, y de su motor de aire. ¡Salvará la economía del futuro!
Pero fue el limpiador de nubes el que se hizo un lugarcito en mi memoria. Yo conocía la propiedad del yoduro de plata como provocador de lluvia y por tanto disolvente de nubes, pero aquello era diferente. Se trataba de un tubo de unos dos metros de longitud y un centímetro de diametro que disparaba una especie de rayo láser. Bastaba con apuntar y… ¡zas! El nubarrón desaparecía.
Después de casi quince años, el “invento” se despertó hoy en mi memoria. ¿Por qué?
Al inicio del día procuro ser consciente de la Verdad donde estoy situado. ¡Estoy en el cielo! Nada tengo que esperar, sólo agudizar la vista. Valerme de la auténtica y única visión espiritual. ¡Y gozar del día que hizo el Señor!
Pero el límpido cielo parece, con persistente frecuencia, como cubierto de nubes negras. Sobre todo cuando suenan los “rings” del teléfono o llegan los correos electrónicos. Resultan como una suerte de velo que oculta la alegre realidad de la divina presencia. 
“Afean mucho el cielo” recuerdo la frase del “inventor” y su "imaginado invento".
No necesito rayo láser.  Me basta con ser consciente del Amor. El que todo ha creado. El que lo llena todo. Y donde me muevo, vivo y soy.
Mi “limpiador” es el escuchar los “buenos días” de Dios que no son otros que “Tú eres mi hijo muy amado, ¡mi alegría!”
Y entonces, cuando sin desesperar, continuo a la escucha (eso es obedecer), compruebo como el solvente universal disuelve la dureza adamantina del error . Y descubro que es tan vaporoso como una nube, y que el cielo existe sin cambios desde toda la eternidad. (1)
(1) Ciencia y Salud 242: 16-19 En paciente obediencia a un Dios paciente, laboremos por disolver con el solvente universal del Amor la dureza adamantina del error.

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