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jueves, 6 de abril de 2017

NO "VIVA" TANTO LAS "PELIS".


Recuerdo aquella tarde de otoño granadino en el cine Aliatar. El final parecía acercarse en la gran pantalla. En las butacas se desinflaba con alivio la opresiva tensión de la historía.  El asesino acababa de morir y la indefensa Audrey Hepburn conseguía estar a salvo.
De súbito, la mano del supuesto difunto se aferró a la frágil protagonista y un grito de espanto escapó histérico de la boca de los espectadores. Alguien, justo a mi lado,  se desplomó desmayado. Sólo se reanimaría con el encendido de las luces, después del feliz “The end”.
La experiencia de esta obra maestra del “suspense”, que en España se llamó “Sola en la oscuridad”, me enseñó la siguiente obviedad: a los espectáculos hay que asistir con una gran dosis de distanciamiento. En la escena no se desarrolla la realidad sino un divertimento.  Por eso el séptimo arte también ha sido llamado “la fábrica de sueños”.
Al conocer la Ciencia Cristiana profundicé más en la lección. La existencia que parecemos vivir no es muy desemejante al sueño sugerido por el celuloide, repleto de “personajes” y de incidencias no siempre armoniosas. Por tanto, esto que llamamos “vida” hay que vivirla con desapego.  No desde una actitud budista  de “no sufrir”, sino como la única forma de disfrutar de la verdad. Lo que acaece no ocurre en el escenario, sino fuera de él. Lo que siempre está sucediendo es el maravilloso efecto del Amor.
El argumento y la acción de los filmes o de las novelas invaden y toman posesión de nuestras conciencias. Así  nos hacen experimentar sus irreales historias con el corazón apretado y las uñas devoradas por los nervios.  Hay que tomar distancia para preservar nuestra propia e individual experiencia.
Cuando no estamos alertas sufrimos la confusión quijotesca que convierte al bueno de D. Alonso Quijano en el loco aventurero de la Mancha. Y nuestro pobre héroe sólo recobrará la cordura cuando un golpe expulse de su conciencia a toda la riada de caballeros andantes, monstruos, brujos y malandrines.
No debemos esperar a tanto. Para vivir en la claridad de pensamiento -en la luz de la divina Mente-, debemos contemplar y considerar esta existencia con el desapego bondadoso que se encierra en el “humor”.
Una actitud cuyo valor crece para mí día a día.  Porque veo al HUMOR como el abrazo de lo distintivo del hombre y de Dios: HUmildad y AMOR.
Al estar inconscientes a la omnipresencia del Amor caminamos como ciegos atemorizados. Pero en esa oscuridad no estamos solos y ni siquiera estamos.

Porque nunca hemos dejado de ser en la Verdad de la luz de Dios.

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