Buen día. A veces recuerdo, las veladas invernales de mi infancia.
Terminada la cena, mi madre tomaba del anaquel un libro de historias ejemplares.
Mi padre le pedía que leyera en voz alta.
Y yo, todavía sentado sobre los almohadones que me ayudaban a alcanzar la mesa, miraba a uno y a otro, mientras los estimulantes y bellos relatos me atrapaban, y sembraban el amor por la lectura.
Mi padre, que antes de llegar a casa, la prensa le había puesto al día de lo que pasaba en el mundo, me decía: “Disfruto más con lo que lee tu madre. Lo necesito”.
Hoy estamos cercados de noticias que hacen difícil el caminar en alegría.
Y aquella confesión paterna, inspira mi presente.
Me cierro a los titulares de los diarios y sólo quiero leer lo que Dios lee.
Vivir desde otra perspectiva.
La Mente nunca vio a Caín asesinando a su hermano Abel, sino a Esaú y Jacob fundiéndose en un abrazo.
No conoce el hambre de multitudes, sino la multiplicada abundancia del que eleva la mirada como el Maestro.
No asiste a funerales, sino a la fiesta por los hijos devueltos vivos a sus madres.
Ignora la tremenda violencia de los que un día se prometieron amor, y sólo conoce la afectuosa y cálida fidelidad que el tiempo no agosta.
Está, en fin, de espaldas al odio de la división y a lo que insinúe la imposible existencia del mal.
Por eso, con Dios busco la otra historia y como mi padre, a ratos, me recreo ahora con Dios en armonías de concordia y paz, que además son verdaderas.
viernes, 13 de enero de 2017
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