Si tropiezo con una irregularidad del camino no me entretengo en buscar "por qués" al accidente.
La acción espontánea es sacar el pie de "la trampa" y apoyarlo en terreno sólido.
Si mi casa queda en tinieblas no me dedico a mejorar la oscuridad, sino busco una linterna o enciendo un fósforo.
Es decir, me vuelvo a lo contrario, a la luz.
Lo peor de cualquier desafío no es la sacudida del momento, sino el convertirse en íntimo e inseparable compañero. Parasitando pensamientos y suplantando la realidad.
¿Qué hacer, pues, al sentir el golpe o la traicionera caricia de la tentación?
Detener la búsqueda de causas, efectos o consecuencias.
Sacudirnos las culpas y condenas que nos susurra la enfermiza mente mortal.
Y sobre todo, y sin esperar un respiro, apoyarnos radicalmente en la Verdad armoniosa e inmutable que nos recuerda que el Todo está colmado de Bien.
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