Siempre me ha
inspirado el relato del excursionista que resbala en la montaña.
Con el abismo
abierto a sus pies, aferrado a una rama, grita desesperado con el pánico
ahogándole la garganta:
“¿Hay alguien ahí?”.
Y perdido el sonido del eco, surge una respuesta:
“Aquí estoy. Soy
tu Padre, Dios”.
El accidentado calla
sorprendido. Al fin, reúne fuerzas y clama con voz más fuerte: “¿Hay
alguien más?”
En este punto, casi
siempre reímos, al comprobar el poco valor práctico con que la humanidad
reconoce la ayuda que Dios pueda aportar a las situaciones de cada día.
Pero para mí, la
última pregunta no puede quedarse sin la respuesta correcta. Y la única
acertada es ésta: “Fuera de Dios no hay nada más”.
Y para los que la
experiencia nos ha hecho aceptar la verdad de la metafísica cristiana,
esta rotunda afirmación lejos de agobiarnos, es la que nos aporta el
gran consuelo.
No hay Dios y otros.
Sólo Él.
No hay enfermedad,
ni ruina, ni amenaza o virus dañinos, ni enemigos, ni competidores, ni
condenas ni castigos… “NADA”.
Sólo Dios, el Bien.
Y así cuando me creo
solo o en peligro, eso es sólo ilusión. Porque nunca puedo estar fuera
del abrazo de Dios.
Y cuando camino por
el campo o por la ciudad, la tierra o el asfalto es la manifestación del
Amor que siempre me sostiene, aunque esté suspendido en el abismo.
Y cuando veo la
gente pasar y observo los árboles o los edificios, los pájaros o las
flores, estoy viendo a Dios mismo manifestándose. Y así con todo.
“¡No hay alguien o algo más!” ¡Qué descanso! ¡Qué
alegría! ¡Sólo Dios!
¡El Amor amándome en todo! El Amor amando desde mi
propia conciencia al reconocer Todo como Bueno.
“¿Hay
alguien más?” “Fuera de Dios no hay nada en absoluto”.
"¡Afortunadamente!" habría
que añadir.
0 comentarios:
Publicar un comentario