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sábado, 18 de febrero de 2017

MI PRIMO, EL RELOJERO ARTESANO


Mi primo Pepe era relojero. 
Todo un artesano enamorado de su profesión. 
Aunque era mucho mayor que yo siempre estuvimos muy unidos.
Mis recuerdos de infancia me lo sitúan en su taller de reparaciones. Con una lupa encajada en su ojo derecho a modo de extraño monóculo y con una pinza en la mano manejando con diestra exactitud las minúsculas piezas de un antiguo y bello Longines de bolsillo.
A veces, intentaba imitarle. Pero fracasé todas, al pretender asir cualquiera de las ruedecillas doradas que abarrotaban su pupitre de trabajo.  
Veía todo agigantado. Y al no estar habituado a esas falsas magnitudes y distancias no sólo no acertaba  a capturar un diminuto “cañón de minutos”, sino que tampoco era capaz de rozar un “barrilete” de más cuerpo. 
Y eso me disgustaba mucho.
Hoy, esa experiencia me inspira. Porque las ideas de Dios están presentes en todo. Son la única y verdadera presencia. Incluso en la memoria de nuestras frustraciones o fracasos.
Con frecuencia “sentimos” la resistencia del error. 
Su engaño parece permanecer intacto frente al tratamiento espiritual. 
¿Qué está ocurriendo? 
Pues que intentamos usar, como yo en el taller de mi primo, una óptica que no estamos acostumbrados a manejar. 
Agigantamos el problema, lo creemos real, y desde esa artificial perspectiva nos sentimos incapaces de resolver. 
Es muy difícil trabajar un diamantito cuando la lupa lo aumenta  y uno lo ve como una roca.
En toda situación es preciso redimensionar el error. 
Saber que no tiene tamaño. 
Por muy enorme que aparezca siempre hemos de reconocer que es nada. 
Sólo así restauraremos lo que tenemos entre manos. 
Y restaurar no es cambiar algo. Sólo es devolverlo a su estado original, a su perfección de creación.
El recuerdo de mi primo me ha ayudado.  No a recomponer un cronómetro (un medidor del tiempo). Sino a situarme fuera de esa ilusión, en la eternidad, en la Verdad.

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