Me
compartiste alegre tu progreso.
Cuando
sufrí el ataque del miedo, fue reconocer la presencia del Amor y las
dolorosas creencias se disolvieron.
Sentí
la respuesta inmediata de Dios. ¡Fue maravilloso!
Y a renglón seguido añadiste:
¿Qué he de hacer para permanecer ahí siempre?
Y como un resorte me surgió la respuesta:
Esa
responsabilidad no es tuya.
Es más: no hay otro lugar donde puedas ir o
estar.
¡No
hay más!
Esa es la trampa. Admitir que hay otra realidad. Creer
que se puede estar -o estamos- fuera del Amor.
Eso nunca puede suceder. Ni siquiera por un segundo.
El pensar
esa quimera debiéramos convertirlo en "un reflejo condicionado".
Experimentar la desarmonía tendría que ser un poderoso
avisador más para segregar auténtica consciencia y percibir así la
siempre amorosa y benéfica realidad.
Para revertir la alucinación del mal y sus frutos no hay
que peregrinar a la Casa del Padre. No hace falta tiempo
ni conocer "secretas sabidurías".
Sólo caer en la cuenta de inmediato que siempre estamos
allí, y nunca fuera.
Que incluso el ruido
del error nos despierte a la conciencia del Bien.
Porque es que …
¡NO
HAY MÁS!
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