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lunes, 20 de febrero de 2017

EL MENSAJE DE LAS SEQUOIAS


El visitante estaba casi en trance. Las copas de las sequoias parecían acariciar el cielo.
La anchura de los troncos, inabarcable. El verdor de sus ramas, una confesión de juvenil y fresca lozanía.
Y surgió la pregunta.
 “¿Cómo pueden vivir tanto?”
Muchos conocen ya la respuesta del guardabosque.
 “¡Porque no dejan de crecer!”
Vivir es crecer.
Pero, ¿qué significa esto?
No se trata de añadir cada vez, algo más a lo que ya somos. Como si lo necesitáramos para completarnos.
Nada nos falta.
Somos sabios, bellos y perfectos, plenos de vida, felicidad, amor…infinitos.
Aunque nos veamos pequeños o deteriorados. Esto último por deficiente enfoque de la lente.
Una semilla es diminuta pero contiene todo el gigante que llamamos árbol.
En mi campo no hay sequoias, pero puedo contemplar parecidas maravillas con otras especies.
Desde la perspectiva mortal quizás sólo descubro el hueso del dátil. Pero la Mente ya ve la palmera.
La simiente no duda de la potencia que encierra su aparente pequeñez.
Y colocada en el terreno apropiado comienza a desplegar lo que hay dentro.
Anclados en esa caricatura de la eternidad que llamamos tiempo podemos desesperar. Contando las horas y los días, el cansancio se enseñorea al no
 apreciar ningún desarrollo.
Pero no hay que esperar. Sólo saber que primero habrá un brote tierno y verde. Y luego… sentiremos la sombra de sus palmas abanicando el viento.
Para vivir, es decir, gozar de la Vida, tengo que saber que ya y desde siempre soy perfecto.
No “mortificarme” (hacerme mortal)con la amargura de la duda o con la frustante incredulidad acerca de lo que en realidad soy ahora.
Aunque me vea poca cosa soy  la expresión de la grandeza infinita de Dios.   
Para crecer, que es vivir, no necesito el esfuerzo “personal”. Sólo empequeñecer  el idolillo del falso yo.
A medida que él disminuya -hasta la desaparición- se irá percibiendo la gloria de Dios, el único Yo del que somos imágenes.
Como se lee en el Evangelio de Juan: "Es necesario que él crezca, y que yo decrezca." (Juan 3:30)
 . 

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