Siempre me atrajo la figura de Agar. ( Conviene leer el capítulo 16 del Génesis y el versículo 3 del 12).
Representa la solución humana.
Cuando nos cansamos de esperar la
Palabra-Promesa de Dios.
Se nos habla de una gran prosperidad (hijos a Abraham, salud al que sufre
enfermedad, provisión para el sin recursos…) y pasa el tiempo y ésta no llega.
(A Dios y a su manifestación es problemático aguardarlo en el tiempo. Hay que
elevarse a la realidad de la eternidad, donde no hay reloj que mida la Vida).
Entonces entra en juego Agar, el remedio humano.
Porque Sara no puede por
ella misma dar hijos, ser el medio para que se cumpla la promesa. Pero lo que
Dios afirma, sólo Dios lo puede.
Y llega Ismael, el fruto aparente. Le han precedido impaciencia,
descorazonamiento, desconfianza respecto a Dios. Y el deterioro de relaciones
en el campamento, el enfrentamiento entre las mujeres, los desprecios y los
maltratos. Es decir, las secuelas de la solución humana.
El nacimiento de Isaac es otra historia. Donde la iniciativa siempre es de
Dios que promete sin que nadie se lo exija, que visita a la esposa del
Patriarca, y que planta la alegría con su presencia. “Dios me hizo reír”.
La mano que se hace autónoma y se suelta del Padre, sólo escribe borrones de tinta. Nunca
palabras coherentes.
Las “ayudas” a Dios provocan retrasos y confusiones como el levantar una torre
en Babel.
Como cuando niño una tarde quise acelerar la madurez de un capullo de rosa, abriendo uno a uno sus pétalos.
Sólo conseguí unos minutos de esplendor antes que la flor acabara mustia y
sin frescura.
Hay que ajustarse al ritmo divino con el que todo el Bien sucede.
Y esa
sincronía es posible si hay una radical confianza. Se consigue con
una firme esperanza aunque pasen
los días e incluso los años.
La roca, el apoyo que trae bendiciones, es estar convencido de la fidelidad
del Amor que contra toda aparente evidencia, siempre cumple. ("El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán" Mateo 24:35)
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