Orar es atesorar claridad.
Pero
no basta con esporádicos y débiles vislumbres.
Una centellita ilumina apenas un
instante.
Pero para un día perfecto y completo es un Sol lo que se necesita.
Sin silenciosa escucha, la noche se eterniza.
Por
eso, muy temprano, al amanecer, en silencio y confiada constancia,
hay que incendiar la conciencia con la claridad de la Única Presencia, antes de
dar un solo paso.
Dejarnos llenar de la única y real totalidad del Espíritu, de
la Vida, de la Armonía infinita... del Amor universal, incansable y gratuito.
Y así no sólo se ahuyentará la oscuridad.
Nosotros mismos seremos luz y en ella rescataremos la armoniosa e infinita realidad.
Nosotros mismos seremos luz y en ella rescataremos la armoniosa e infinita realidad.
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