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sábado, 25 de febrero de 2017

AMANECER DEL PENSAMIENTO

Sonó el despertador. Y me dispuse a orar. Es decir, a escuchar.
Una débil claridad se adivinaba en la oscura madrugada.
Y pensé: -Nada puede ni hace la Tierra para que la mañana se apresure. Sólo situarse en la dirección del Sol y esperar que se eleve por el horizonte. Una vez en la posición correcta queda quieta y confiada”.
 Eso es lo que se me pide. Sólo eso.
 Hacer sitio a los pensamientos de la Mente que han de iluminar la conciencia sustituyendo visiones de sombras abatidas e  indistintas por vivos contornos de jubilosa belleza.
No se adelanta el alba porque se prendan por miles los focos eléctricos o se aviven con madera seca centenares de fuegos.
La Verdad sólo viene de Dios.
Y nada impide su arribo.
Nada lo aborta. Ni "nuestra" incapacidad ni "nuestra" ignorancia.
Una vez vueltos a Dios sólo hay que esperar. Es decir, quedar en activa tranquilidad después de abandonar el pensar en nosotros, en "nuestras" responsabilidades, en "nuestros" problemas...
Ese es nuestro único quehacer. El mismo del benjamín de la parábola. (Lucas 15:11-34)
Volvernos hacia la Casa paterna sin importarnos los pensamientos que se revuelven en la mochila, y que se abandonarán con sólo ver al Padre correr a nuestro encuentro.
Entonces nuestra fría desnudez sentirá el cálido abrazo del Amor y nuestro ser será revestido con la túnica del Cristo. Nos sentiremos limpios. Aceptar ese Amor, ser consciente de su abrazo nos habrá lavado de tantos falsos errores, carencias y culpas.
Y ya la jornada no se llamará lunes, martes, o...                                                  sino siempre "el día que hizo el Señor", donde sólo es la alegría y el gozo. (Salmos 118:24)

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