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miércoles, 22 de febrero de 2017

¿CÓMO TENER FE?


Me gustaría saber cómo hacer para tener más fe en Dios. Envidio a los que la tienen sin el tormento de las dudas
Este párrafo de tu correo ha interrumpido mi rutina diaria. Porque tus deseos apuntan en una correcta dirección. El don de la fe es de máxima utilidad.
Y pienso que acabarás descubriéndolo en tu equipaje. 
Todo lo necesario ya nos ha sido dado. Y la fe, que es el reflejo de la visión de la Mente, es del todo indispensable para no ser confundido por las sombras.
Confieso que a veces, yo también me siento golpeado por las dudas. Son como gotas de barro que, de modo furtivo o de repente, nublan con su peso mi vista y me sumergen en oscuridades. Como dices "es una tortura".
Y ¿qué hago entonces?
Pues, razono, argumento, deseo (es una eficaz forma de oración)… Incluso  solicito ayuda a algún compañero.
Pero aun así no siempre levanto el vuelo, atrapada mi conciencia en un torbellino de teorías.
¿A qué acudo entonces?  
A lo que me resulta definitivo. A las huellas que el Amor, la Verdad y la Vida deja de continuo, momento a instante, en el entorno próximo o en la historia.
Como le ocurrió a María, la madre de Jesús, con el embarazo de Isabel, me estimula comprobar la acción de Dios en los demás. Esos  testimonios me certifican la Presencia de Dios. Y después de la tempestad, la dulce y productiva calma.
Pero puede que en tu caso, un último lamento  nuble y haga penosa la elevación de tu pensamiento. “Ellos sí, pero ¿y yo?”  Porque ninguna señal del Amor percibes en tu horizonte.
Hace días retomé la lectura de un libro. De pronto caí en la cuenta que ese capítulo ya lo había leído la semana anterior. Pero al releer fue cuando descubrí reconfortantes verdades en las que antes no había reparado. ¿Por qué?
Recordé que mi primera lectura la hice tentado por una preocupación que sólo al fin después de mucha lucha pude someter.
Acercarme al libro sin esa cortina temblorosa posibilitó que hallara todo un tesoro para mi práctica.
El recuerdo de Agar en el desierto se me hizo presente. Eso es lo que le sucedió cuando desesperaba de sed. Cuando se volvió a Dios, dio la espalda a la mente mortal, y entonces sintió al ángel (el pensamiento de la Mente) que le descubrió la fuente de agua. Un manantial que siempre había estado allí.
Para experimentar la presencia de Dios (que es la acción de la fe) es preciso actuar como Agar. Desatenderse de lo que no testimonia a Dios. Porque no se puede ver la luz con la mirada fija en las tinieblas.
Y descubriremos, conforme nos acostumbremos a esta nueva claridad, miles y miles de muestras de su benéfico y continuo abrazo.
Y podremos decir como los samaritanos: "Ya no creemos solamente por lo que has dicho, pues nosotros mismos hemos oído..." (Juan 4:42)



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