Para experimentar la feliz realidad, la auténtica, necesito zambullirme en el océano de la divinidad.
Con la confianza extrema y arriesgada de un clavado de Acapulco.
Y bucear ahí evitando salir a superficie. Contemplando sólo la inmensidad del Bien.
No hay peligro de ahogo, salvo para el yo.
Porque ser y moverse en Dios es estar en nuestra específica y esencial atmósfera.
Es sumergirse en la Vida.
Fuera de Ella se aguanta sólo un poco.
Y siempre con gran dificultad.
Como el pez abandonado en la arena del rebalaje (1).
Y sólo permaneciendo esa Verdad infinita que es Dios se borran personalidades, se disipan sombras y se Le siente como paz inmutable, manifestándose en todo.
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(1) rebalaje: donde resbala el oleaje.
domingo, 26 de febrero de 2017
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