Pronto me tocará renovar la licencia de
conducir. Ese trámite incluye un examen de la vista. Dicho requisito
es muy importante. Manejar un vehículo con una visión poco clara es
un peligro tanto para el conductor y sus pasajeros como también para
cualquiera que transite por la carretera.
Hay que evitar esos riesgos cuidando que
nuestros ojos detecten lo que sucede y no imágenes confusas,
contrarias a la realidad.
Caso de no superar la inspección óptica es
preciso graduarse la vista.
Todo eso me ha hecho reflexionar esta mañana.
No ver la realidad creada por Dios, sino la
proyección de una falsa mente mortal, es tan peligroso para uno y
para los demás como el ponerse al volante con una visión borrosa que
deforma el entorno.
Ningún organismo expide permisos para moverse
por el mundo con acierto. Obviamente tampoco existen inspecciones
calificadoras de nuestra aptitud para transitar con seguridad y en
felicidad.
Pero eso no es excusa para que no nos ocupemos
al respecto.
Siempre que nuestra conciencia capte cualquier
desarmonía será índice de visión deficiente y por tanto, peligrosa.
No ver lo que Dios ve es aviso suficiente para
pararse, y frotados los ojos dejarse llevar por lo que es la única
Verdad: Que el Bien lo ocupa el universo entero. “Porque Dios es
Todo-en-todo” (Ciencia y Salud 468:12).
Cuando siento un dolor, escucho una mala
noticia, sé de una catástrofe, acepto la existencia de cualquier mal
o los acontecimientos me hacen temer… ya sé lo que he de hacer:
graduarme la vista por encima de cualquier otra prioridad.
Debo aclarar mi visión antes de seguir
caminando amenazado por fantasmas.
A veces oigo quejas lastimosas de que la
metafísica no funciona. Y me aportan un listado de los fracasos que
fortalecen su frustración.
Y yo me pregunto ¿Cómo se pretende ver “bueno”
sólo en un punto y se obvia la perfección de los demás?
Tan irreal ha de ser este diagnóstico de cáncer
como la corrupción de ese político que no me es afín o la plaga que
azota mi huerto. Todo lo que no aparece como bueno procede de la
misma pesadilla.
Para mejorar mi práctica sanadora (o
despertadora) mi punto de apoyo ha de ser la existencia de un solo
poder y realidad: el Bien.
Hay que despertarse del todo y no sólo de la
parte que me interesa. Intentar eso último es seguir soñando la
pesadilla.
Y es muy peligroso ir adormilado por el mundo.
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