Me escribes “Ora por mi provisión”. Y añades “Con mi salario en pesos no
alcanzo a pagar mis deudas”.
Y me he quedado pensativo. Algunas palabras me han chirriado en la
conciencia.
Salario y provisión ni son lo mismo ni siquiera tienen mucho que ver.
Nuestra provisión es espiritual. Es Dios mismo.
No puedo orar por más provisión, sino para que seamos conscientes de ella.
La poseemos siempre. ¡Y al máximo! Y nunca se nos despojó de ella.
Y lo mismo tendría que decir de la salud y de todo. Dios es lo único y
suficiente. El Amor lo colma todo.
Sólo hay vida reflejándose en vitalidad, alegría, capacidad y posibilidades
ilimitadas.
Y hay una repetición en tu escrito [“mi” provisión, “mi” salario,
“mis” deudas] que me suena a desafinado. Porque cuando Jesús enseñó a orar
nunca usó “el posesivo singular”. En su esquema sólo hubo “plural”. Porque no
se vive aislado.
La popularizada “globalización” facilita esa comprensión. El bien de uno ha
de repercutir en todos o no será. Es imposible circunscribirlo a los límites
del “ego”. Se situaría en el terreno de la ilusión, en tierra de nadie.
Y la palabra “deudas” me lleva de nuevo al “Padre Nuestro” donde siempre
encuentro inspiración inagotable.
Los titulares de los noticieros se han acostumbrado a esa palabra: DEUDA.
Deuda de los países… de las corporaciones… de los bancos…de los municipios… de
las familias…
Los gurús económicos pontifican estrategias marchitas una hora después.
¿Qué hacer?
De nuevo Dios es la solución. El perdona todas nuestras deudas.
Pero, ¿cómo comprobarlo? Perdonando a nuestros deudores.
¿Me olvidé de ellos? Lo dudo. Puede que me confunda pensar sólo en clave
económica. Pero seguro que tengo deudores de aprecio o estima, y de otras
muchas cosas que ni siquiera reclamo, pero cuya deuda mantengo viva. Si
rebusco en el corazón, puede que encuentre una lista de “ingratos”.
Puede que alguno crea tener incluso a un Dios que no le ha valorado
suficiente.
Pero si reflejando
el Amor “perdono” a todos, mi balance sólo arrojará ganancias. Y me sentiré
liberado de ese peso que me hundía. Que no era la carga de “mis deudas” sino la
de “mis deudores”.
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