-¿Sabes? A Luis le han salido alas en el
cuello.
-Bromeas, Felipe. No me enredes.
-No. Te hablo en serio.
-Pues conmigo te dejas de cuentos. No me trates
como un iluso.
Estoy seguro que nuestras respuestas serían muy
parecidas si alguien nos quisiera asegurar noticias como las del
diálogo.
¿Por qué seríamos tan firmes en negar? Porque ya
hemos establecido una verdad acerca del tema. Los hombres no tienen alas
ni en el cuello ni en ninguna otra parte de su cuerpo.
Lo que nos hace ser espontáneos en negar no es una
fe sino una verdad comprendida y comprobada una y otra vez.
Importa poco si es Felipe quien me cuenta su
historia o la serpiente del paraíso. Si la información no se corresponde
con mi elenco de verdades, no cuela. Aunque lo afirmen mis propios ojos
o los otros sentidos físicos. En ese caso afinaré la visión con la
sospecha cierta que lo contemplado es mera ilusión óptica.
¿Por qué aceptamos las informaciones acerca de la
existencia del mal? Hasta el punto de dejarnos influir por lo que nos
habla de “números rojos”, o de enfermedades que nos atan al dolor, a la
impotencia o la debilidad.
La respuesta es simple. No hemos establecido en
nuestra conciencia la verdad acerca de la totalidad exclusiva del bien.
Es decir, no tenemos por cierto que Dios sea el Bien infinito siempre.
Aceptar a Dios como la realidad y comprender las
implicaciones y consecuencias de esta verdad cortará el paso a todos los
“cuentos”.
Y establecida la verdad la podré comprobar toda
vez que dirija su luminosa comprensión a cada rincón de nuestra
existencia.
El mejor seguro es la Verdad establecida en
nuestra conciencia.
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