Orar es, sobre todo, escuchar a
Dios.
Y escucharle es despertar a la
Realidad: ser consciente de nuestro eterno vivir en el Bien, en la
Armonía Infinita, Absoluta e Inmutable.
La preocupación por nuestras
necesidades o deseos nunca nace de un amor, sino de una locura. De la falsa creencia de
estar solos -huérfanos en definitiva-, y de que todo lo tenemos que procurar por
nosotros mismos.
La ansiedad o el afán no evidencian
el amor hacia nosotros mismos. Más bien indican un ilógico, estéril e inútil
interés por llenar unos vacíos inexistentes. Porque Dios es Todo y colma
Todo.
Orar es caer en la cuenta de la
Verdad: “vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser en el Amor”. Un Amor
que se manifiesta en cuidado paternal, satisfacción de todo benéfico
deseo, felicidad continua y creciente en su desarrollo.
Orar es, pues, la mejor forma que
el hombre tiene de amarse, al permitir disfrutar de la armoniosa e
indestructible unión con Quien es nuestro Padre-Madre, al hacernos
conscientes de la Realidad.
El tiempo que reservamos para orar
activa el maravilloso regalo de la Vida en plenitud. Orar es la mejor
forma de amarse ya que nos permite sentir el Amor eterno y total.
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