Abrahám siempre está a la escucha de Dios y obedece, por
tanto, en toda circunstancia. ("obedece" procede de ob-audire: ser consecuente con lo escuchado).
La vida del Patriarca está diseñada por la promesa.
“Te haré Padre de un pueblo numeroso”. (leer Génesis 22)
Pero en el tiempo, parece que se demora. Y en un momento
de su existencia Abrahám pretende acelerar el proceso, teniendo un hijo
con su esclava.
Graves conflictos nacerán de esta iniciativa personal que
provocan la expulsión del hijo Ismael y su madre Agar.
Por fin llega Isaac. La promesa se presenta pequeñita,
balbuciente, con la necesidad de un desarrollo que se hace más lento al
ser observado con la mirada de la impaciencia.
Abrahám vive rodeado de pueblos que aseguran la
fertilidad de sus mujeres, de sus rebaños y de sus campos con una
práctica ancestral. Sacrifican a Dios al primogénito y a las primicias
de todo.
El patriarca observa su entorno, reflexiona atormentado
al no verse cabeza de una gran tribu. ¿Estará hablándole Dios a través
de los rituales de sus vecinos? ¿Querrá el Altísimo que renuncie al
primer hijo de Sara como prueba de confianza ilimitada en Él?
Abrahám descansa sus dudas y sus dolorosas angustias en
su firme convicción acerca de la santidad de Dios. Nada malo puede
provenir de Él, el Santo.
Suben al monte del sacrificio. Se trata de una ascensión
difícil. Por momentos, las preguntas del niño zarandean su fe y
oscurecen su pensamiento. Pero una y otra vez, se apoyará en el
fundamento de la promesa: Dios proveerá. Sólo Dios.
Al final,
cuando parece zozobrar la esperanza, un carnero en la cima del monte y
un pensamiento de Dios, un ángel, le traen la comprensión. Sacrificar a
Isaac no es acabar con su vida, sino verlo “sacer”, sagrado, santo. Es
descubrir en su apariencia limitada, la infinitud de la promesa.
Sacrificar el "yo" no es destruirlo sino revestirlo del Cristo, de la
plenitud divina.
Porque el
bien anunciado por Dios no es para esperarlo en el tiempo, sino
para gozarlo en esa única realidad que es la eternidad siempre presente,
donde todo ya es y se disfruta.
Lo que los
sentidos descubren nunca está falto o desprovisto. Encierran en sí
“todo”. Como sucede con la diminuta semilla de mostaza que abraza en su
aparente pequeñez el hogar de alegres bandadas de pájaros multicolores.
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