¡Nada! No hay que esperar.
Ni bueno ni malo.
En
metafísica hay
que ser radical.
Esperar lo malo es padecer la irreal pesadilla.
Pero esperar lo bueno es anclarse un poco más en el tiempo y poner
distancia con la eternidad.
Cuando el orar no nos descubre el Bien infinito donde Todo está, puede
ser porque todavía esperamos. Lo que supone la errónea afirmación de no
tener “ahora” algo necesario.
Entonces la esperanza con parecer positiva colabora en la construcción
de un espacio de carencia.
La Verdad es una y única. Y se resume en tres palabras: “Dios es Todo”.(1)
Sólo es el Bien. Y eso es “ya”.
Por tanto, “ahora” sólo hay Cielo.
Esperar es decir que estamos fuera. En la Nada.
Pero estar consciente es no esperar ni desesperar. Es saber que todo ya
es. Las sombras que sugieren necesidades, ellas mismas están privadas de
identidad, causa y efecto.
“Al revés te lo digo para que lo entiendas”. Ese refrán español
me traduce los testimonios de carencias que tientan a diario. La armonía
sin fin, la bendición continua y el invencible gobierno del Amor es lo
que ellos balbucean.
Hay que reconocer donde estamos. En la infinita y perfecta provisión,
seguridad, bondad, sabiduría, justicia… Y reconocer significa agradecer.
Por eso la gratitud nos sitúa siempre en la Verdad.
“Ya” estamos en todo lo bueno que un falso sentido de realidad nos hace
desear o añorar.
Esperarlo es situarse en la mentira, inhóspito terreno donde la
verdadera felicidad siempre se demora.
Mejor es tomar conciencia de nuestra actual e indisoluble unión al Ser
que llamamos Dios, y que es el Bien eterno e infinito.
Y no lo olvidemos:
La oración no es explicitar deseos que confiamos obtener, sino
escuchar como los ángeles nos recuerdan nuestro ilimitado, y sobre
todo, presente patrimonio.
( (1)
No y Sí, 30:12 “La ley de Dios se resume en tres palabras: ‘Yo soy
todo’;”
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