Silenciar el alboroto.
Acallar los llantos y las risas del mundo.
Para oir nuestro
particular “Talita cumi”.
Escuchar esa Palabra que no viene de fuera, sino que está dentro, de donde tantas veces hemos huido.
Y despertar.
Y luego levantarnos.
Sin importar los diagnósticos.
Los médicos,
morales, existenciales... ya sean ajenos o el propio.
Dejar el lecho de la materia y situarnos, ligeros y nuevos, al nivel del Espíritu, donde ningún límite existe para el goce de la armonía .
sábado, 25 de marzo de 2017
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