Recibí un pedido de ayuda.
Y
me dispuse a elevar el pensamiento.
Los esfuerzos por enfocarme en la Verdad resultaron vanos.
Como cuando en las frías madrugadas no alcanzaba poner en marcha el
auto.
Un
pesar fue creciendo en amenazas y reproches de culpa: “Necesitan que
los ayude, y no arrancas”.
Al
cabo recordé mi proverbio-palanca:“Reconócele en todos tus caminos, y
Él enderezará tus sendas”.
Nunca he de hacer nada solo. Menos aún, el orar.
Y
de inmediato se despejó la conciencia.
¿Quién piensa los verdaderos pensamientos?
Sólo la Mente. La única.
Pretender ser un pensador es inútil y engañosa creencia.
Y
sentí el abrazo de la paz.
¡Qué descanso! Saber que nada importa si las elucubraciones parásitas
nublan la conciencia.
El
bien-pensar divino, que en este plano traducimos por bien-decir o
“bendecir”, es continuo.
Sin ser afectado, para más o para menos, por lo que una mente mortal
crea cavilar.
Sólo la Mente piensa. Lo demás son imitaciones sin esencia. Sombras
llenas de nada.
Porque siempre es la perfecta armonía.
La
Mente no tiene que calentar motores.
No
sólo es el Infinito Sostenedor, sino también el Eterno. Siempre se
mantiene Bueno.
Y
por tanto su reflejo, el Todo, nunca deja de manifestar el Bien.
Toda mi ayuda consistirá en volverme a Dios. No para cambiar algo, sino
para disfrutar de lo que es inmutable.
Porque somos como Dios nos ve siempre.
Y
el otro que siempre creímos ser, con sus achaques, limitaciones,
defectos... no es.
Somos sólo -¡y nada más!- la manifestación de Su perfecta Infinitud.
Para ser quien en verdad soy nada tengo que hacer o...
Ni
siquiera se trata de pensar como Dios, sino saber que es Él Quien
piensa.
Para disfrutar ahora, sólo dejar de creer en lo que nunca fui.
Contemplarme es ser consciente de Dios. Esto es lo que libera de falsas
percepciones.
Porque aquí no estamos para salvarnos, sino para disfrutar ya de la única y feliz realidad eterna.
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