Confiesas que estás cansado, derrotado, por tu actuación autónoma.
Añades que
hoy te rindes a Dios y que ansías abandonar el protagonismo de cualquier clase y quedar en Su Casa para siempre.
Es lo único
que hay. Y en Él estás aunque no lo sientas claramente.
Porque
el yo no ve lo que en realidad está ocurriendo, ni puede percibirlo.
Tampoco será perfecto.
Porque sólo
es una ilusión encariñada y secuestrada en cierta loca forma, de y por sí misma.
No
consideres más los pecados, ni los deseos fomentados por falsas creencias de necesidades.
Al
contrario, cuando esa tentación te llegue –al principio lo hace todo el tiempo-
invierte cada tema que te quiere hacer creer.
Y goza agradeciendo punto por
punto la maravilla que ya es, aunque todavía parezca estar en sombras.
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