En
tiempos de crisis más de un gobernante quisiera ser Midas.
Me
refiero al rey frigio que según la leyenda obtuvo de los dioses,
convertir en oro todo lo que tocara.
Pero se olvida que ese don le acarreó terribles problemas.
El
solo roce de sus dedos no sólo transmutaba una roca en áurea materia.
También el alimento que llevaba a su boca.
Y
hasta su misma hija Zoe se trocó en metálica y fría estatua cuando lo
abrazó para consolarlo.
Porque la solución nunca puede ser material. No se trata de aumentar las
reservas económicas ni descubrir o inventar panaceas sanadoras.
No
obstante, el hombre consciente de su divina identidad, tiene un don
superior al de Midas.
No
se trata de convertir lo imperfecto en algo menos defectuoso, o aumentar
un poco o mucho más el bien limitado.
El
hombre auténtico ya posee la facultad de percibir sólo la única y
perfecta realidad que no necesita ser modificada para ser bella,
verdadera y buena. (Ciencia y Salud 476:34-2)
¿Cómo conseguir esa divina transparencia y no velar la esencia de lo
creado?
La
misma leyenda de Midas nos da una clave.
El
dios Dionisio compadecido del “pobre” rey le indicó: “Busca la fuente
del río Pactulo y lava tus manos. Este agua y el cambio en tu corazón
devolverán la vida a las cosas que con tu codicia transformaste en oro”.
Quedar limpio de materia, aunque parezca dorada. Y cambiar los
pensamientos (ya
se sabe que para las culturas orientales el corazón es la sede del
pensar).
Y
dejar a un lado la "codicia" o el falso reconocimiento de carecer de
algo, la creencia de no tener el Todo y por tanto, necesitar siempre más
y más.
Y
así, con sólo la mente que hay en Cristo (Filipenses 2:5) devolveremos a la Vida, al
Espíritu, a lo que parece reducido a engañosa y débil materia y
transformaremos el mundo.
(
0 comentarios:
Publicar un comentario