La foto que acompaña estas líneas pertenece al “Caminito del Rey”, un
paso construido en las paredes del Desfiladero
de los Gaitanes, en mi provincia natal, Málaga, no lejos de
donde ahora vivo.
De niño fui con mi colegio a ese lugar. No olvido el miedo que me tuve
que tragar para recorrer los casi tres kilómetros del estrecho y elevado
sendero.
Al reflexionar hoy sobre mi infantil “hazaña” reparo que para caminar no
se necesita una anchura más amplia. Y en otras ocasiones, por supuesto,
he estado por alturas que superaban con creces los 700 metros de ese
desfiladero.
¿Por qué aquel pánico y aquellos sudores? La respuesta es sencilla: "no
miraba hacia donde debía".
Esta mañana al pasear observe que rara vez miraba hacia abajo. Siempre
llevaba la vista al frente. Por otra parte es lo normal.
Pero entonces sí sentí la atracción del abismo. Era como si me
hipnotizara al tiempo que me paralizaba hasta la respiración. Ni
siquiera podía dar un paso.
Hasta que el profesor me gritó: “¡Pepito, no mires abajo, sólo hacia
adelante!” Obedecí y reinicié mi marcha. Con más seguridad cada vez.
Comprobé que no haciendo caso a la sima, ella no tenía poder sobre mí.
Hoy, el recuerdo me aporta explicaciones y me inspira. Cuando nos
experimentamos impotentes, incapaces, sin solución y con miedo es señal
segura que no miramos en la forma correcta.
Entretener nuestra vista en lo que no es Dios y su idea, es caer en la
hipnosis que nos arrastra a un vacío sin ningún poder.
La baranda de seguridad donde aferrarse es lo que constituye la
realidad: la sempiterna totalidad del Bien.
Mirando en la dirección adecuada y sin curiosear lo que no es nuestra
ruta, llegaremos sin problemas a disfrutar de la meta.
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